gestos en la alborada, palabras en el mar
pero tú me rescatas
de los días sin nombre,
de la estatua sin fecha, del héroe vencido,
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en el silencio gris de la espesura,
tanto tiempo en mis labios y no tengo tu nombre
en esta soledad
que castiga las horas que surcan la Bahía,
y apaga la memoria que no tuvimos nunca
de un tiempo perseguido,
de fuego aletargado que te busca muriendo
en la lóbrega Fragua de mi infancia,
en los caminos huecos de la Vía, y el Puente
que acaricia la huella del payaso afligido
que ronda por tu calle
con la guardia bajada y el rostro amoratado.
Y la Laja se hunde en la orilla
ebria del cementerio de los montes
con su rumor de espinas que vierten los escombros
persiguiendo el vestigio de un testamento amargo,
y el corazón sombrío se adormece en tus hierros
y regresa a la Vía trémula por tu ausencia,
cegada por el brillo de tu aroma,
cubierta de cenizas que no saben rendirse
en la lengua del bardo que canta a la tristeza
herida de azucenas que te aguardan
en el recuerdo grave entre la blanca sombra
que grita tus secretos
en mares que no vuelven a besarse y se cruzan
como si regresaran a la muerte del aire.
Tu mirada y la mía solas en Punta Blanca
esparcen por sus venas una herida de amor
y se llaman sonriendo con un gesto angustiado
porque apagan sus velas, abren en una esquina
la oscuridad del triunfo, la luz de la derrota.