se convirtió en un milagro la sabiduría de vivir.
Al final, los milagros viven de los milagros,
y la ignorancia del ser humano se alimenta de ellos para creer en los sueños.
Alejandro Costa
Aquella tarde llovía,
apenas se interpretaba la silueta de un sol escondido,
mi calle estaba tan triste
como le inculcaba la soledad dibujada,
mientras una farola, -la otra lleva tiempo fundida-,
trataba de acorralar el misterio
de una tarde fría y húmeda.
Aproveché para sentarme al amparo
de mi antiguo flexo, desconchado y sufridor,
y delimité el recorrido de la mente
para centrarla en la lectura de un libro por escribir.
Sentí la lluvia sobre mi cabeza desprotegida,
-no la rapó peluquero alguno-,
y la dejé resbalar sobre los hombros.
El tacto de unas manos aterciopeladas
recorrían la espalda con la habilidad
que lo haría un ángel,
-siempre se ha dicho que eran seres divinos-,
el habitáculo se iluminaba
en busca de una sombra de alas
que afirmara mi sentir,
el deseo de que el instante fuera realidad.
Un golpe de corriente me refrescó la cara,
-en un instante creí que fue un aleteo de ángel-,
me transportó al suelo resquebrajado de la calle,
me crucé con hadas, con luciérnagas de colores,
con relojes sin maquinaria,
sin tiempo que controlar.
Dejó de caer agua de lluvia,
ahora, pétalos llenos de aroma y matices de belleza
inundaban el suelo,
vestían la calle de fiesta.
Me vi reflejado en un espejo de estrellas y luceros,
vestido de esmoquin,
elegante y señorial.
Sentí como algo me llamaba,
me atrapaba y me obligaba a caminar.
Allí estaba ella,
de espaldas, con su cola de princesa,
con su pelo recogido en forma de trenza,
con su ayer por relatar,
con su hoy por escribir,
con el enigma al que te obliga el miedo a la realidad.
De un golpe, cerré el libro.
Seguía lloviendo,
la calle, triste y melancólica,
continuaba vacía,
hacía frío, tal vez demasiado,
pero la noche brillaba más que nunca.
Me asomé,
las dos farolas estaban encendidas,
-no recuerdo haberlas visto así nunca-,
iluminando a ella,
a su trenza dorada,
a mi mente triste y confusa.
Y siguió lloviendo.
Aún quedan muchas páginas en blanco.