desecha todo aquello que no se antoja desechable.
Tal vez porque no lo entiende.
A veces me imagino como algo inerte,
es tan sutil el desagravio
como la falta de fe en uno mismo.
Es tan insufrible como despiadado,
tan agónico que se estrecha en sí mismo,
para esconderse de la realidad
repudiando el inocuo destino.
Siento como gas que me ahoga
en la vigilia de un ser necesario,
una disputa con la luz de un triste día,
el margen del remanso que se estrecha
convirtiendo el camino en sendero de esclavos.
No respiro más que del aliento de los inválidos,
y me disperso entre su sordo vaivén,
entre ellos me reconozco,
entre ellos me siento protegido.
Permanezco sentado con los ojos aletargados
intuyendo que mi vida va más allá de lo necesario,
me repulsan los espejismos de la verdad,
me repulsa el cinturón que tanto aprieta mi silencio.
Soy alguien innecesario,
un vacío denostado que apenas lucha por vivir.
Soy simplemente,
un ignorado que nadie necesita entender.
La voz, muda.