un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia
(Pier Paolo Pasolini – Traducción: Delfina Muschietti)
1
Cuando la luz
ya no ofrece esperanza
y se me adentra el verso de un profeta que muere
en el nocturno inhóspito
de una playa tardía,
envejece mi alma por no saber nombrarle,
por no haber arrastrado
la carga de mi culpa, por ser testigo ciego
del implacable olvido,
de los años que pasan por torvas avenidas
y empañan las vidrieras,
amurallan los cultos, desfiguran los rostros
de los iluminados sombríos y humillados
y alargan los pañuelos
para cubrir la huella de los golpes,
de las flores marchitas que viven en mis venas
y gritan su amargura,
por no reconocer
que la vida ensombrece la memoria
y masacra el estigma eterno de un poema,
agrieta la palabra del rapsoda que calla
en el discurso roto de un instante de amor
que busca, se le escapa y se le pierde
entre los matorrales lóbregos del Leteo.
2
Ya no conozco a nadie que añore lo perdido
y solloce en la niebla de una llaga rendida
por los labios que labran la herida de los surcos
que sufren en la sangre,
y el alma mortifica el arrebato brusco
del devenir cansado del sueño de la idea.
Ya no gozo ni sufro en el recuerdo.
ya no siento las flores latir en el futuro
que me cierra su paso
con el telón de piedra de un mar que me conmueve.
En la sombra se pierde
el polvo de un fragmento desolado,
la voz del cementerio de una sonrisa triste
que no tiene memoria
y la lengua anhelante de las termas ardientes
que se ahoga en el Foro,
en las temibles velas de la brisa
que ocultan las banderas que lloran en el puerto
que sueña con la barca que no llega a sus brazos
y agoniza temblando en las orillas
donde yace el silencio que aprisiona a los pobres
y el delirio insensato que adoran los poetas.