me das,
treinta sapos, una apuesta madura y los desiertos.
Tú eres los pezones, la madera que se hace mueble en la dicha, todo
un delirio que amerita ron y tabaco.
Me pregunto: ¿lucha, qué lucha cuando salimos de cuentas
y es bello cada hijo que pasamos juntos? Si vienes salivando a la caída,
tan sirena que el olor a tahona
se arremolina en tu ombligo. ¿Por qué me adueñas
si no hay más canje que el que traza tus pechos convictos?
Dame,
con la seguridad de acabar otro día removiendo al vino; a los techos
de aquellas cosas que nos hicieron estrictamente humanos. Asisto
al festín que llaman tu pasión segura, en las ventanas de la incertidumbre río
feliz. Y así,
como el ciervo herido de luz, berreo a tu huella
sin estridencia, comiéndome a zarpazos una tierra lujuriosa
que siempre me invita a renacer
limpio.
Treinta besos en la memoria
te doy,
a cambio de que cada noche, por una puesta de sol y una sonrisa a traición,
hagasme
sentir
proscrito en tu convocatoria.
Hno Renato Vega