No más de seis años y ni metro de estatura
canturreaba,
sin merma,
los bordillos sorbiendo,
pausado y chulo,
un botellín de cerveza y un palillo , cual trotamundos,
sujeto al fin de la oreja, rebatía su niñez
como una pena sin nombre,
como un dedo sin anillo, como laúd mudo en cuerdas.
-Hola- digo, ¿vas al cole?
Su mirada me recorre como si yo fuera un ovni y se aleja,
mientras, en perfecto orden,
tres contenedores beben los esputos que les lanza,
en hipérbole parábola, encestando,
sin aplausos,
su orfandad, su desencanto, su cerveza,
... el hueco calvo en la mano de lápices sin colores.
Mientras tanto, andan alfombrando aceras,
... ¡señores... hoy nos toca ministrables...!
corramos... ¡hay que inclinar las chepa ...¡
Y me admiro del chavea,
y me humilla la sentencia
señores...
¡sigamos dando carnaza sin pan al hombre!
(No merecemos ni el nombre de persona, digo)
(Un mimo grande para ti, chavea de la calle, sin calor, sin besos, sin bicis, sin champú, sin ropa... sin miradas siquiera.