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Y me derramo poco a poco, como el agua
de la lluvia sobre el campo y el lodo de los
ríos sobre el mar, al escribir estos versos
con mi pulso tembloroso… mientras me tomo
un güisqui y me fumo un cigarro americano
-y por el cauce de mis ojos-, fluye el llanto
sin parar…
Mi alma, es un aljibe lleno de inquietudes
y zozobras, una azcona sin destino, una
píxide sin formas, un lago sin rivera,
un retablo sin altar…
Quisiera verter mis sentimientos: mi amor,
mis anhelos… ¡llenar de luz mis tinieblas!…
más… ¿dónde están las alas que no tengo, la
alegría y el denuedo que perdí…? ¿acaso
soterradas bajo el peso de mis dudas… o
yaciendo en la sima de mi pecho esperando
el grito que las vuelva a revivir…?
Oh Señor
mi soledad es un dédalo sin puertas, un
abismo muy profundo, una daga que
me hiere: mi esperanza. un puerto muy lejano,
donde su amarre es la incerteza y su horizonte
la estela blanca de un sueño, que tras el tiempo y
los abrojos de la vida, se esfumó…
¡Todo es confuso. Mi pensamiento no existe.
Con cada sorbo me muero un poco!…
y sin embargo, continúo bebiendo asido
al vuelo de mis versos, que los vierto como
un río para que lleguen al último
refugio, donde encuentren el iris de unos
ojos y el latido de un noble corazón.
¡Ahora sé cómo duele el calvario del
olvido, ahora conozco el vértice de la
soledad más absoluta…!
¡Abriré el libro que me regalaron cuando
era un niño, para buscar las directrices y
preceptos que olvidé…
y después, me secaré las lágrimas con el
pañuelo que bordó mi madre aquella tarde
de verano… cuando el cielo de mi pueblo se
mostraba como un remanso de paz y luz,
en su inmaculado y fulgente resplandor!
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Autor. Francisco López Delgado
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