hay una tarde, en proa, que suelta amarras.
-¡Término rojo, camarero!
Con un repunte mineral,
quiero sentir la brisa del mar adentro,
cómo tiemblan las jarcias.
Buscando una justificación,
llega a espuertas la noche
para que el viento sirva de algo;
que nada vale
si no inflama la lengua
con su verbo de capitán.
Nace así una excusa
para fondearte, como primera Eva,
saborear la carne en el océano
de tu olor a salsa
y berenjena de arrecife.
Cuando terminamos,
sin decir nada,
dejamos pasar las horas:
y es cuando, en el estribo, siento aquello:
ese regusto amargo,
tirando a metálico,
que es la sangre
cuando pongo de arboladura
una novicia de ternera.
elPerro