Carnaval
Publicado: Dom, 05 Feb 2017 10:39
...
¿Qué crees que sabes?
¿De mí?, ¿de quién soy?
¿Lo que hago?, ¿lo que creo?
Quizás no sepas nada
aunque parezca que el camino ensancha los ojos
y los deja balanceándose en la línea del horizonte,
como un equilibrista que hundiera sus pies en la espesura de la cuerda floja.
Y tú, ¿quién eres tú?
…
Tú no me crees.
Quizás tengas razón
y no sepamos quienes somos. Vagamos
por un humedal finito, secándolo de huellas al paso,
titubeos que vuelven a anegarse tras las pisadas
aplastando decepciones como charcos vacíos,
sueños diluidos que se escurren
buscando el albur de su perdida abundancia.
Te hablo, pero fijas la mirada en el confín de tus manos
que se cierran como una cometa que cae,
empujada por tus recelos a ráfagas.
Sin parar, de reojo, me miras,
y te reafirmas, imperturbable, como un bramido de imponderable roca,
pero en la obstinación de tus dilemas no supones
que es quizás en perder la conciencia del ser,
donde puede encontrarse al propio yo, surfeando
entre certitudes preconcebidas como olas en un fregadero.
Y te desarmas cuando en realidad te veo.
¡¿Tanto te duele
el desnudo de los sentidos,
la pérdida de los asideros que inoculan tu estructura?!
Vienes, dejas un sendero quebrado al dorso
de tu desafiante mirada
y sales a correr como un blindado señuelo,
que mira atrás asustado, saludando al cazador de su sombra.
Te vistes, maquillas o afeitas lo que queda de tu inocencia cerca de la boca, y te inventas
otro yo, que distorsiona el cavilar de tus axiomas,
y vomitas algún imaginado armamento con tus gestos rectos
que hacen retumbar tan solo a tu difusa memoria.
Y entonces estallas, contra la sangre
que colorea tus fantasías
mientras crece servil un guerrero entre tus pulmones llamando al consuelo con sus disparos,
pues muere cada noche entre tus manos
para renacer al pánico de sobrevivir otro día a la luz que lo aniquila.
Y un día,
un día te hablan. Te acarician, te dan un nombre de espuma,
ven algo escondido en ti, se dibujan en tu rostro claras las dudas de tus noches
y se cosen esas arrugas secretas en la faz de los días
y entonces, como ramas a la lucidez del viento, te das cuenta…
Te das cuenta del ahora, y por un momento
en el que se detiene tu emigración de cloroformo,
disfrazado de ti mismo, el carnaval se difumina con dos palabras
que arrastran como un maremoto la solidez convulsa de tus dudas.
Tan solo a ti
te dicen: ¡te quiero!… y entonces, aun cuando sigas,
por fin, miras alrededor, y se detiene en un instante la farsa que negaba tus alas.
Y mientras tanto, yo, que te sigo, y que incluso cuando no me creías
te llamaba por tu nombre, siempre, en cada momento de tu marcial estampida
te he creído, en ti confío, todo es posible,
tan solo caminemos de la mano, a lo lejos
nos espera la esperanza.
.
.
.
¿Qué crees que sabes?
¿De mí?, ¿de quién soy?
¿Lo que hago?, ¿lo que creo?
Quizás no sepas nada
aunque parezca que el camino ensancha los ojos
y los deja balanceándose en la línea del horizonte,
como un equilibrista que hundiera sus pies en la espesura de la cuerda floja.
Y tú, ¿quién eres tú?
…
Tú no me crees.
Quizás tengas razón
y no sepamos quienes somos. Vagamos
por un humedal finito, secándolo de huellas al paso,
titubeos que vuelven a anegarse tras las pisadas
aplastando decepciones como charcos vacíos,
sueños diluidos que se escurren
buscando el albur de su perdida abundancia.
Te hablo, pero fijas la mirada en el confín de tus manos
que se cierran como una cometa que cae,
empujada por tus recelos a ráfagas.
Sin parar, de reojo, me miras,
y te reafirmas, imperturbable, como un bramido de imponderable roca,
pero en la obstinación de tus dilemas no supones
que es quizás en perder la conciencia del ser,
donde puede encontrarse al propio yo, surfeando
entre certitudes preconcebidas como olas en un fregadero.
Y te desarmas cuando en realidad te veo.
¡¿Tanto te duele
el desnudo de los sentidos,
la pérdida de los asideros que inoculan tu estructura?!
Vienes, dejas un sendero quebrado al dorso
de tu desafiante mirada
y sales a correr como un blindado señuelo,
que mira atrás asustado, saludando al cazador de su sombra.
Te vistes, maquillas o afeitas lo que queda de tu inocencia cerca de la boca, y te inventas
otro yo, que distorsiona el cavilar de tus axiomas,
y vomitas algún imaginado armamento con tus gestos rectos
que hacen retumbar tan solo a tu difusa memoria.
Y entonces estallas, contra la sangre
que colorea tus fantasías
mientras crece servil un guerrero entre tus pulmones llamando al consuelo con sus disparos,
pues muere cada noche entre tus manos
para renacer al pánico de sobrevivir otro día a la luz que lo aniquila.
Y un día,
un día te hablan. Te acarician, te dan un nombre de espuma,
ven algo escondido en ti, se dibujan en tu rostro claras las dudas de tus noches
y se cosen esas arrugas secretas en la faz de los días
y entonces, como ramas a la lucidez del viento, te das cuenta…
Te das cuenta del ahora, y por un momento
en el que se detiene tu emigración de cloroformo,
disfrazado de ti mismo, el carnaval se difumina con dos palabras
que arrastran como un maremoto la solidez convulsa de tus dudas.
Tan solo a ti
te dicen: ¡te quiero!… y entonces, aun cuando sigas,
por fin, miras alrededor, y se detiene en un instante la farsa que negaba tus alas.
Y mientras tanto, yo, que te sigo, y que incluso cuando no me creías
te llamaba por tu nombre, siempre, en cada momento de tu marcial estampida
te he creído, en ti confío, todo es posible,
tan solo caminemos de la mano, a lo lejos
nos espera la esperanza.
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