El viaje, capítulo 8 de "La deriva"
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
- Ramón Carballal
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El viaje, capítulo 8 de "La deriva"
Es como poner la marcha atrás, recorrer el túnel del tiempo a la inversa, creer que tiene quince años menos, que puede rehacer su vida, reescribirla , es el convencimiento de que el destino no existe, que siempre se puede volver y ser otro, borrar los sucesos, extirparlos como si fueran amígdalas. Faltan diez minutos para que llame al taxi que la lleve a la estación del tren, ha cerrado el gas y la luz, lo ha comprobado dos veces, ha corrido las cortinas y ha bajado a medias las persianas pues no quiere dejar señales de que la casa está deshabitada, ha encargado a su vecino, Pablo, que riegue las plantas cada tres días y le recoja el correo, ha desconectado el teléfono, ha cortado el agua y además lo ha comprobado científicamente dejando los grifos abiertos durante treinta segundos, ha desenchufado los aparatos eléctricos, incluido el aire acondicionado. Se lleva ropa interior en una maleta pequeña de color negro que cierra cuidadosamente con una llave que parece la misma que la del candado de la bicicleta que ya no usa , deja la ropa de calle en los armarios bajo fundas de plástico, introduce el ordenador portátil en su maletín y coge un libro de la estantería al azar, que pone en la maleta sobre la ropa interior, cierra maleta y cierra bolsa, se sienta en el sillón y coloca a un lado la maleta, en sus rodillas el maletín y al otro lado la bolsa, tiene que volver a conectar el teléfono porque no se ha dado cuenta de que ha de llamar al taxi, busca en su libreta de direcciones el número de teletaxi, presiona con el dedo índice, uno detrás de otro, los botones del aparato siguiendo el orden correcto de los dígitos, cada presión se acompaña de un pitido que ella escucha con claridad porque ya tiene el auricular próximo a la oreja derecha, el teléfono da señal de llamada, una, dos y tres, diga , buenos días, me puede mandar un taxi a la calle Orense, número veintiuno, en cinco minutos señorita lo tiene ahí, gracias, se levanta, echa un último vistazo, cierra la puerta blindada, doble vuelta abajo, doble vuelta arriba, le entra la duda de si le dejó las otras llaves del apartamento a Pablo, baja al tercero, dindón, hola Berta, me voy ya, te dejé una copia de las llaves de mi casa, verdad, si, mujer, puedes irte tranquila que ya me ocupo yo de todo, adiós, pablo, adiós y buen viaje, el claxon del taxi la reclama, se mete en el ascensor y le da al cero, ya está en el portal, el maletín del portátil que se ha puesto en bandolera le va dando molestos golpes en la cadera, permita que la ayude dice el taxista, el maletín lo llevo yo, el taxista es igualito que Vázquez Montalbán, la calva le reluce por el sudor y tiene la patilla izquierda de la gafa arreglada con un esparadrapo que le da un aspecto desubicado, como de personaje de un mundo feliz, dentro del vehículo huele a ambientador barato, un aroma indefinible que mezcla efluvios primaverales con los gases y humos propios de la ciudad, en la radio se escucha uno de esos magazines matinales donde gente sin rostro habla por turnos, una figurita de Elvis se menea al ritmo que le marcan los avatares acelerador-marcha-freno-marcha-acelerador-freno o similares, Madrid es engullido por el tráfico incesante de coches que adelantan o son adelantados, autobuses que incordian, motos que incordian más todavía, ciclistas suicidas, semáforos interminables, atascos más o menos momentáneos, poco a poco el taxi avanza sin que el taxista haya abierto la boca, salvo para inquirirle a donde va , de vez en cuando, lo ha notado, los ojos de Pepe Carvallo la observan por el espejo retrovisor, el contador sigue sumando, por cada euro que suma hace un clac , Pepe Carvallo abre la boca para preguntarle si le molesta que fume, Berta dice que no, si quiere dice pepe enseñándole un paquete de winston que ha sacado del bolsillo de su camisa a cuadros, Berta acepta y fuman los dos, calmosamente, en medio de la enésima retención se comportan como dos veteranos, ¿va bien de tiempo?, si ,ya me temía esto y he salido dos horas antes, contesta Berta, algunos conductores se impacientan y hacen sonar las bocinas, por fin se reanuda la marcha, la llegada a la estación coincide con la última chupada que da Berta al cigarrillo, lo intenta apagar en el cenicero de la puerta pero no puede porque esta repleto de colillas que despiden un olor a tabaco rancio que se suma al ambientador barato, a los gases y a los humos, qué le debo, son dieciocho euros, aquí tiene, pepe carvallo abre el maletero y le entrega la maleta y la bolsa, no se olvide del maletín, Berta se lo dejaba en el asiento trasero, gracias; queda media hora para que salga el TALGO, un mozo de edad indefinible con uniforme y gorra azules se aproxima, necesita servicio señorita, si me las lleva al rías altas por favor dice Berta señalando las maletas, ¿va a Coruña? pregunta con marcado acento gallego, si, yo soy de Lugo, dice con una sonrisa, ah! muy bien, ¿va de vacaciones o para quedarse?, no lo sé todavía, el mozo coloca en su carrito los bártulos de Berta y pasan entre transeúntes que sacan billetes, miran los paneles, esperan en los bancos la hora de salida o de llegada; bajan la escalera mecánica que les deja en los andenes, hay siete terminales con trenes a punto de partir, es por aquí dice el lucense, la enorme marquesina traslúcida genera una luz caliente de microondas, por la megafonía se anuncia con voz neutra destinos a cualquiera de los cuales Berta quisiera ir, puede esperar un momento le dice al mozo, entra en el Bar y se compra una botella de agua mineral y un bocadillo de jamón y queso, el movimiento de gente es incesante y a Berta le agobia un poco, está deseando ocupar su asiento, ¿sabe que coche es?, primera clase vagón b2, entonces debe estar por el medio, si aquí está, qué le debo, nada señorita, a una paisana no le cobro , tenga esta propina por lo menos, gracias, que tenga buen viaje, Berta se acomoda en su asiento, pegado a la ventana de cristal blindado, donde se puede leer en un blanco desvaído salida de emergencia, nada que ver con aquellas ventanillas del expreso que había que sujetar con fuerza, haciendo presión con todo el cuerpo para conseguir que bajaran y poder así recibir la brisa que aliviara la tórrida jornada, algunas veces era imposible conseguirlo , se resistían como si estuvieran enclavadas con cemento ,y algún amable pasajero aprovechaba la ocasión para quedar como un caballero, e iniciar una conversación que con un poco de suerte podía acabar en ligue ferroviario. Berta tenia unos amigos que se habían conocido en un viaje en tren a San Sebastián, cuando ella se quedó encerrada en el servicio y él, que pasaba por allí ,la oyó pedir ayuda y de un empujón a la puerta atrancada logró abrirla, esto puede ser el comienzo de una buena amistad, le dijo él en plan Casablanca, ahora las ventanas son de una sola pieza, los vagones están climatizados, en el respaldo que tienes delante dispones de una pantallita en color con unos auriculares en los que puedes ver una película si lo deseas, o reclinar el asiento espacioso y mullido para dormitar con comodidad. Berta mueve el pestillo que se resiste, hasta que finalmente cede, quiere abatir la tabla que tiene en el respaldo frontero para colocar sobre ella la botella de agua y el libro que ha sacado previamente de la maleta, oye el último aviso de partida de su tren, son las diez menos un minuto, un joven zanquilargo con una mochila parda pasa raudo y la saluda sin saber por qué, el tren arranca y Berta siente un leve retroceso, avanzan entre un mercancías y el AVE con destino a Bilbao, la figura del tren de alta velocidad emerge orgullosa por encima de los demás trenes, poco a poco se alejan de la estación, ahora solo se ven vagones cisterna abandonados en vías muertas, edificios de todos los tamaños y colores se elevan entre calles y carreteras repletas de vehículos, se cruzan con otro TALGO que esta a punto de llegar a su destino, Berta quiere salir de la ciudad, desea ver los campos amarillentos, la línea inmóvil del horizonte, las dispersas encinas, los matorrales, el inmenso cielo azul, el sol abrasando la tierra polvorienta, las imágenes pasan sin que pueda retenerlas, colonias ocres de chales adosados con piscinas comunitarias conviven junto a grupos de casas que no consiguen dar apariencia de núcleo urbano, el paisaje ahora es de lomas onduladas, matojos y hierbas requemadas, pedregales, caminos apenas asfaltados, pistas que inician su ramal en carreteras secundarias que enlazan con carreteras terciarias para rematar por el otro extremo en la verja de entrada de cualquier urbanización con nombres como “sol de castilla”,“el refugio o “los madroños”; unos kilómetros más adelante empiezan a escasear las edificaciones y el campo se abre como una flor vencida, el silencio más que percibirse se presiente y el aire amenaza con volverse sólido. En un tractor oxidado, abandonado al pie de un camino, juegan unos niños con pistolas de agua que rellenan en un caño deforme del que sale con fuerza un líquido marrón, los postes de la luz, separados por cien metros de vacío, unen dos interminables cables de alambre en los que se posan grupos de cornejas . Berta empieza a adormecerse, reclina ligeramente su asiento y se acomoda para dejarse vencer por el sueño, dormita durante una hora, a intervalos apenas distingue con los párpados entrecerrados las cumbres de Navacerrada quedando atrás, al despertarse nota que tiene hambre, el asiento contiguo sigue libre, de su bolso saca el bocadillo y se dispone a comer, justo en este momento del viaje si un viajero pudiera situarse en el lugar del maquinista vería que los raíles forman dos líneas rectas que se unen en algún punto inconcreto de la lejanía y que el tren por un efecto óptico parece no avanzar , desde el lugar en que está ella el cuadro también es invariable: una base plana de tierra negruzca se confunde con un cielo cuyas nubes de estratos han mimetizado ese color ceniciento. Ante la monotonía del paisaje decide leer un poco, toma el libro que ha traído, es una edición en pastas satinadas de "Mi familia y otros animales" de Gerald Durrell, se acuerda de él, lo ha leído hace ya años, es una historia de recuerdos familiares en la isla griega de Corfú, una visión naturalista e irónica, en especial sobre la figura de su hermano, el también escritor Lawrence Durrell, lee durante un buen rato hasta que el TALGO se detiene en la estación de Medina del Campo, se suben nuevos pasajeros y una joven pelirroja con estatura de jugadora de baloncesto se sitúa en el asiento delantero al de ella, su cabeza sobresale completa por encima de la cabecera, tiene un pelo rizo tan abundante que le entran deseos de tirar de él para comprobar si es una peluca. Berta mira su reloj, han pasado tres horas y diez minutos desde que partieron de Madrid, el revisor anuncia que el tren realizará una parada de veinte minutos, le pregunta si se permite bajar y le contesta afirmativamente, decide estirar las piernas, se apea en el andén y camina treinta pasos y vuelta, así repetidas veces como si estuviera en el patio de una cárcel, lo hace porque no quiere perder de vista su lugar en el tren, teme que le puedan robar las maletas, pero su labor de vigilancia se ve alterada porque no tiene tabaco y necesita fumar, se desvía de su ruta de centinela hacia un puesto de revistas donde compra una cajetilla de Camel, se pone la chaqueta, que lleva colgada del bolso, ya que ha notado una sensación de frialdad en la piel, se adivina hacia el noroeste un cielo gris que promete lluvia, vuelve a su puesto , el tren reanuda la marcha y ella continua su lectura hasta que se da cuenta de que no comprende lo que lee, no entiende el sentido de las frases, se le escapa el hilo de la narración, no reconoce a los personajes, está en la página ciento cinco de doscientas tres, debería estar completamente metida en la novela, relee los mismos párrafos varias veces , no hay significado, el mensaje no puede ser captado, las palabras la abandonan, el lenguaje ya no es esa maravillosa arma que le descifra el mundo, cierra con impotencia el libro, los trigales se cimbrean con las caricias del viento, el paisaje empieza a cambiar, el verdor asoma entre colinas que crecen a cada momento, han pasado Zamora sin detenerse, permanece con la vista fija, sin que las imágenes puedan traspasar el dique de sus ojos, no sabe cuanto tiempo ha estado así, paralizada, cuando reacciona siente un dolor intenso en las sienes, pinchazos de conciencia que activan los sentidos, Galicia esta presente con su verde imparable, el tren reduce marcha, juega como en un parque de atracciones a entrar y salir de túneles, de sombras y luces entreveradas, transitan por una comarca montañosa, con las laderas que caen en vertical sobre las vías, a la salida de los túneles asoman valles con casas dispersas, algunas sin recebar, hombres y mujeres bajo enormes sombreros de paja trabajan los campos como cuervos laboriosos, la siega, las mallas como le llamaban en su aldea, son una fiesta de vecindades en el recuerdo, huertos mínimos, cuadriculares, patatales, maizales, berzales, ganado en procesión hacia los pastos, riachuelos múltiples que apenas se distinguen, castaños, freixos ,nogueiras, bidueiros, carballos, los árboles autóctonos pierden terreno ante las repoblaciones de pinos y eucaliptos que afean el paisaje, los viñedos empiezan a mostrarse, entran en la provincia de Orense, son las cuatro y media de la tarde en el reloj de Berta, el vicio de la siesta vespertina la invade, cabecea y duerme más de lo que esperaba, cuando despierta están camino de Santiago y de Santiago a Coruña no hay más que un paso, una lluvia gruesa se pega al cristal y de cada letra parece que cayera una lágrima, son lágrimas cuyo eco tiene identidad sonora, una frase, tres palabras que quieren ser como un consejo de amigo: salida de emergencia.
"El poema eres tú recomponiendo el espejo que cada día rompes".
"Comprender es unificar lo invisible".
"Elijo la lluvia, porque al derramarse, muere".
"El mar está aquí, en tu silencio".
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Re: El viaje"fragmento de La deriva"
Me ha encantado, amigo; es un estilo el tuyo que atrapa sin remedio. Diálogos y realidad revestidos de tu singular mirada poética.
Estoy preparando ahora mismo un texto corto con alusiones a Santiago de Compostela; a ver si algo se me contagia con la lectura de estas joyas Carballal.
Abrazo y mucha salud.
"He guardado la Luna en los cajones
por si vuelves de noche que te alumbre;
no te tardes, papá, que sin la lumbre
de tu amor no se encienden los fogones.'"
Esta cárcel sin ti, Ramón Olivares
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Re: El viaje"fragmento de La deriva"
Muchas gracias, Hallie. Si sigo publicando aquí esta tontería mía es por ti. Un fuerte abrazo y mucha salud para ti también.Hallie Hernández Alfaro escribió:Me ha tocado el alma este viaje; mientras devoraba la narración sentí cosas parecidas a Berta. Logras que seamos ella en su éxodo escapista, en su vuelta áspera y llena de abismos. Me han venido a la mente recuerdos de trayectos en mi infancia, esa rara conjunción de un aviso en el tren o en el autobús, esa dimensión que parece estar cosida a umbrales muy íntimos e intransferibles. El verde que siembra esperanza, historias colaterales, nudos imprecisos.
Me ha encantado, amigo; es un estilo el tuyo que atrapa sin remedio. Diálogos y realidad revestidos de tu singular mirada poética.
Estoy preparando ahora mismo un texto corto con alusiones a Santiago de Compostela; a ver si algo se me contagia con la lectura de estas joyas Carballal.
Abrazo y mucha salud.
"El poema eres tú recomponiendo el espejo que cada día rompes".
"Comprender es unificar lo invisible".
"Elijo la lluvia, porque al derramarse, muere".
"El mar está aquí, en tu silencio".