comienza siempre llorando
y así llorando se acaba.
J.A. Jiménez
me tatuaste en la espalda algunos versos:
“De mi pasado, al viejo marinero
que aparece manchado de alquitrán”
Era un dictado lento, comestible,
como tus aros de melocotón,
[tab=120] perverso:
“Al demonio que nace pulso
y proa de mi amor”
A cambio, y para disolverme,
tomé prestado el soplo de tus grilletes:
velas que me alejaron
de la piel más querida,
solo un pequeño espacio de agua.
Lo hice por el anhelo de volver a encontrarte
en algún otro puerto de tu oblación.
Renato Vega