
La vida era una fiesta que regalaba amores,
jamás nos arredraban ni rayos ni centellas,
saltando sobre un charco salpicado de estrellas,
abríamos, felices, paraguas de colores.
Se volvían sombrillas recogiendo las flores,
si el sol se divertía en las tardes más bellas,
las horas no entendían de envidias ni querellas
y los sueños tejían trayectos seductores.
Ahora que giramos en ronda itinerante
como un paseo atávico de luna cristalina
que transparenta el mundo de ayer en un instante,
pintamos primaveras, jugando en una esquina
con risas que perfuman algún día fragante
de esta amistad que endulza como una golosina.

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