de esas personas que, por lo que sea, quedan expulsadas de la sociedad,
mendigando la muerte.
Son veintisiete años y me hice sombra
imprecisa, en una ciudad que escupe mierda;
donde la noche es un arcón que declama versos
entre la mirada corrupta de los catorce fríos
y el relincho de la heroína.
Pero en algún remoto sitio, al que pronto iré,
estás
paciente, bella y fría.
Los territorios donde tracé fronteras marginales,
donde lloré todos mis sueños
quedaron suscritos a una memoria de paja,
listos para la quema
—te imagino tan hermosa
vestida de negro.
Escucho el deslizar de tus medias
pariendo la nada. Ten lista la cena
en la mesa del último vino,
único, irremediable—,
como fondo la música
de un mar irónico y perplejo, de luces
que perciben celosas nuestra comunión:
el beso mortal y profundo
de mil y una gaviotas, exasperadas hasta Minos,
su misericordia,
hasta Ramadantis,
la locura,
hasta Eaton,
la esperanza de nunca volver
a esta tierra ingrata.
elPrior