Hay algo que nos aleja definitivamente de los astros
cuando cae la tarde, amor mío,
y aparece el primer brillo de una estrella
perdida en el firmamento
cada vez más oscuro y distante porque te alejas de mí
como si estuvieras naufragando en el sueño de la vida
y los pájaros del canto
hubieran sido inundados por el silencio de una condena
que no podemos apelar en ninguna instancia conocida.
Miras el lugar en el puerto donde creíste perderme
una noche en la que el jazz aún sonaba
cuando los músicos se habían marchado.
He querido abrazarte como si volvieras
a salir del colegio
y yo te esperara ansioso para volver a tenerte,
no me crees cuando te digo que deseo
recuperar tus caricias, refugiarme en tu mirada,
volver a hablarte como si nunca te hubiera herido,
como si nunca hubiera querido perderte
con la desesperación de un loco encadenado.
Subimos la cuesta estrecha de los aparcamientos
esquivando las ramas, los arbustos,
entre el olor intenso de la dama de noche
que deseas plantar en la terraza
donde duerme la calma cuando llega el verano,
y la luz tibia de los bares que recogen las mesas,
apagan las anafes, encienden los cigarros,
entonces me detengo, te cojo por los hombros y te miro
a los ojos fijamente
para volver a decirte que te quiero
aunque me recordarás que no puedes creerme
y una amargura que conozco se detendrá en mi mirada
y el resto de la cuesta se me hará un calvario.