Ruido malnacido.
Ruido a qué has venido.
Sabina
Atroz.
No hay nada que pueda remediarla. Y cruje, como un accidente
que rompe la entropía. Como el conejo la sordera de Goya, como Gala
la verga esquizoide de Dalí.
Porque a la muerte le suceden tres nacimientos y cuatro bulerías.
Y aquí nos reímos hasta de Dios. Si hace falta también rezamos.
Lo hicimos para no enfrentar la opción de ser libres.
Es más fácil quedarse en el ruido que chillar fuerte.
Escudarse que dar la cara.
Hoy el pueblo no canta, tiene miedo. ¡Cuánto de todo! Miedo a que nos hablen,
miedo a que nos digan ni hola; miedo a decir quién somos por si acaso.
¡Cuánto nos han cambiado!
A ese salvaje que se estrellaba contra los cielos,
arrebatando a la duda su misterio,
que escribía poesía en las cuevas como aliento de una familia
que era noche en el aullido y al día siguiente, sólo un enigma insalvable.
Eso es lo que genera ruido. “Ruido mal nacido. Ruido ensordecido”.
El devenir nos hizo cobardes.
Gente que duerme con la televisión puesta, que habla en la sordera del paladar.
Pero el café se derrama siempre en la risa y la noche en la mañana cuando
escucho a mis hijos piar, a los perros estremecer sus ganas de ser humanos.
Y hablar. Escuchar cuentos frente al fuego de la memoria.
Es lo importante. Que la voz exista, dentro o fuera,
incluso a regañadientes.
Creamos más ruido y menos espacios tangibles.
A todos nos intentaron ahogar y siempre hemos salido.
Ayer decía mi novia:
“Miguel, hoy no tengo el chocho pa ruidos”.
Amén.
elPerro