Un homínido microscópico leyó en el prospecto:
“La rosa de los vientos, también llamada flor de nieve, o flor dentada, es un género de protozoo, con más de dieciséis especies conocidas. Es un microorganismo unicelular ciliado de agua dulce. Se presenta solitario. Su cuerpo es de forma campanular o vesicular, y se une al sustrato con su pedúnculo contráctil. Se recomienda prestar especial atención, a su aparato oral con una corona de cilios, de varios estratos; allí forma una corriente de la cual va extrayendo la luz. Hay que tener sumo cuidado con sus contracciones violentas, frente a los estímulos externos. Es preciso tener un alto concepto de la belleza y de la verdad, para establecer fructíferas relaciones con ella, más allá de la decadente fagocitación”.Aun así puso sus pies sobre el abismo. Sus pupilas oscilaron a la velocidad de la luz cuando vio la esfera del azufre, que brillaba entre las nubes de hidrógeno. Se deshizo su traje de neopreno y su escafandra. Su frágil cuerpo se tornó translúcido. Preso de un alucinación, vio los tejidos, la sangre circulando; todo aquel conglomerado de células en su tamaño real. Incluso la hélices del ADN aparecían a su vista, que comenzaba a nublarse. Todo su cuerpo era ya una masa gelatinosa, cuando tocó la flor de los vientos. Un fuego frío flameo aquella masa de gelatina, tornándola neblina gaseosa. Una vez volatilizado, giró en espiral alrededor de la flor solitaria. Relampaguearon sus diminutas pupilas, agitadas por un vértigo escalofriante. Ya a punto de ser engullido por la flor, se desplegaron unos hilos, delgados y translúcidos, de estambre ciliado. Y en una especie de baile armonioso, se enredó a la dentadura. En una melodía sin notas, se fusionó la materia, desplegando el hermoso gusano incoloro del tiempo, que devoró la membrana del espacio. A su paso dejó una refulgente luz, trazando la divina geometría azul de un cielo delirante:
La bella estampa del fuego nevado.
