Rosa de los vientos
Publicado: Sab, 05 Sep 2015 21:43
En la nieve reposa el olvido
abrazado al viento incoloro,
su frío aliento empaña las voces
y deja el rastro de la sombra
que acompaña a la luz.
Respira por la boca de la luna
ardiendo en los labios del sol.
Su fuego nevado es verbo azul
en las bocas abiertas al cielo.
Sobre una lengua crece el moho
con sus estambres enloquecidos
por una vieja profecía que habla
de la imposibilidad de la palabra.
Entre dientes la rosa dentada
gotea incendiarias oraciones,
y resucita palabras imposibles.
Crece junto a los dientes del niño
que está aprendiendo a hablar
y comienza a olvidarse de sí mismo.
Poco a poco confunde su boca
con el vacío de un aire que grita
el silencio cierto de la inexistencia.
En cristales florece el dolor cardinal
de unos ojos que contemplan
la sucesión de imágenes rupestres
a lo largo de la noche del mineral.
Un metal sólido obstruye la boca
cerrando el paso a las palabras.
Y mueren los labios del crepúsculo
abriendo paso al silencio de la vida.
Un niño sin dientes mastica pan duro
resolviendo en su boca la ecuación
de la palabra que quiso ser el niño.
Terrible matemática
la de la boca abierta a un mar olvidado
( condenado a callar );
la del uranio orbitando una lengua muerta
cubierta de líquenes enmohecidos.
Terrible partitura
la del mineral que araña arterias violáceas,
diseccionando la pétrea radiactividad de la sangre
que acuna la zozobra de un vientre amortajado,
derramado en los cuencos de una mirada
que descubre la inocencia articulada del niño
( las catedrales soterradas bajo el azufre ).
En la pulpa del recuerdo crece la alborada,
mascullando el escalofrío de las serpientes
que duermen junto a una madre aterida.
Se abren las vasijas de barro
a la tenebrosa dulzura de los labios,
derramando la leche morada
de la rosa clavada a la boca.
Fluye el agua de un reloj líquido
entre los montículos de arena fina,
horadando el tiempo reducido
al espacio de un cuerpo de barro.
En la geometría azul de un cielo delirante
medra la leche de la almendra
que brota en la espuma del sueño,
derritiendo cráneos empedrados.
Se balancea en unos labios
pegados a una boca sin fondo,
y despliega el relámpago
que reduce el miedo maternal
al silencio de un pan tierno.
Con fiera elegancia subvierte
el símbolo blanco de la palabra:
diseccionando la esclerótica,
abre el surtidor del vértigo
que reposa sobre el tiempo.
La sucesión de imágenes no se detiene
y llega a los estamentos del basalto,
escudriñando la sepultura del lenguaje.
La verdad se devora a sí misma,
oreando el mercurio en su regazo.
El ombligo del sueño marca el ritmo
sordo y mudo de las palabras
que poco a poco van muriendo.
Y señala con precisión los silencios,
el ligero temblor de la rosa olvidada
que ahora reposa en unos labios.
La saliva serena el espíritu
convocando la nieve pura,
que arrulla sobre las pieles
el silencio de los océanos.
El frío aliento de la luna
empaña la memoria,
calcificando la espuma
reposada en el vértigo
de la rosa de los vientos.
El aire amarillo vertebra
el sodio de una lengua
al potasio de unos huesos,
pudriendo vertebras infantiles
( blancas como el mármol
donde iremos a parar ).
Crece la hierba en los ojos
de unas manos sin contornos.
Y la rosa de los vientos gira
soñando brillantes silencios
en la esfera del azufre;
fermentando el verbo,
licua el veneno del azufre
enfrentado a la ternura;
y escribe el poema infantil
de la ingenua literatura
que busca la belleza.
abrazado al viento incoloro,
su frío aliento empaña las voces
y deja el rastro de la sombra
que acompaña a la luz.
Respira por la boca de la luna
ardiendo en los labios del sol.
Su fuego nevado es verbo azul
en las bocas abiertas al cielo.
Sobre una lengua crece el moho
con sus estambres enloquecidos
por una vieja profecía que habla
de la imposibilidad de la palabra.
Entre dientes la rosa dentada
gotea incendiarias oraciones,
y resucita palabras imposibles.
Crece junto a los dientes del niño
que está aprendiendo a hablar
y comienza a olvidarse de sí mismo.
Poco a poco confunde su boca
con el vacío de un aire que grita
el silencio cierto de la inexistencia.
En cristales florece el dolor cardinal
de unos ojos que contemplan
la sucesión de imágenes rupestres
a lo largo de la noche del mineral.
Un metal sólido obstruye la boca
cerrando el paso a las palabras.
Y mueren los labios del crepúsculo
abriendo paso al silencio de la vida.
Un niño sin dientes mastica pan duro
resolviendo en su boca la ecuación
de la palabra que quiso ser el niño.
Terrible matemática
la de la boca abierta a un mar olvidado
( condenado a callar );
la del uranio orbitando una lengua muerta
cubierta de líquenes enmohecidos.
Terrible partitura
la del mineral que araña arterias violáceas,
diseccionando la pétrea radiactividad de la sangre
que acuna la zozobra de un vientre amortajado,
derramado en los cuencos de una mirada
que descubre la inocencia articulada del niño
( las catedrales soterradas bajo el azufre ).
En la pulpa del recuerdo crece la alborada,
mascullando el escalofrío de las serpientes
que duermen junto a una madre aterida.
Se abren las vasijas de barro
a la tenebrosa dulzura de los labios,
derramando la leche morada
de la rosa clavada a la boca.
Fluye el agua de un reloj líquido
entre los montículos de arena fina,
horadando el tiempo reducido
al espacio de un cuerpo de barro.
En la geometría azul de un cielo delirante
medra la leche de la almendra
que brota en la espuma del sueño,
derritiendo cráneos empedrados.
Se balancea en unos labios
pegados a una boca sin fondo,
y despliega el relámpago
que reduce el miedo maternal
al silencio de un pan tierno.
Con fiera elegancia subvierte
el símbolo blanco de la palabra:
diseccionando la esclerótica,
abre el surtidor del vértigo
que reposa sobre el tiempo.
La sucesión de imágenes no se detiene
y llega a los estamentos del basalto,
escudriñando la sepultura del lenguaje.
La verdad se devora a sí misma,
oreando el mercurio en su regazo.
El ombligo del sueño marca el ritmo
sordo y mudo de las palabras
que poco a poco van muriendo.
Y señala con precisión los silencios,
el ligero temblor de la rosa olvidada
que ahora reposa en unos labios.
La saliva serena el espíritu
convocando la nieve pura,
que arrulla sobre las pieles
el silencio de los océanos.
El frío aliento de la luna
empaña la memoria,
calcificando la espuma
reposada en el vértigo
de la rosa de los vientos.
El aire amarillo vertebra
el sodio de una lengua
al potasio de unos huesos,
pudriendo vertebras infantiles
( blancas como el mármol
donde iremos a parar ).
Crece la hierba en los ojos
de unas manos sin contornos.
Y la rosa de los vientos gira
soñando brillantes silencios
en la esfera del azufre;
fermentando el verbo,
licua el veneno del azufre
enfrentado a la ternura;
y escribe el poema infantil
de la ingenua literatura
que busca la belleza.