Sin destino
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
- Ónice Canet
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Sin destino
La España de los años treinta, había traído consigo la miseria, la pobreza debido a la guerra. Concha se había enamorado a los dieciséis años. Un amor eterno pero también cargado de sufrimiento hasta el día de su muerte.
Provenía de una familia humilde, trabajadora, que luchaban por subsistir. Con siete años, su padre la había encomendado a una familia de la burguesía valenciana, para realizar las tareas cotidianas de la casa. El dinero era escaso, pero bocas para alimentar muchas.
Su curiosidad, su afán de aprender, le hizo despertar su interés por descubrir, de aprender a leer, a escribir. Ahora mismo, parece un imposible, pero la época así lo marcaba…. y más para una mujer…. y mucho más si se provenía de clase baja era algo inalcanzable. Ninguna mujer tenía acceso a la biblioteca ninguna que fuera de linaje humilde, pero cada tarde, (en su tiempo libre), se acercaba al edificio municipal y bajo sus ventanas se sentaba, sobre la hierba, para escuchar las charlas, las poesías que recitaban, las historias que contaban en el ala norte del edificio.
No le importaba el frío, la lluvia el calor… siempre su optimismo y su afán por las letras, estaba en lo alto.
Era su prioridad. Aprender. No ser analfabeta. Y las narraciones y poesías que escuchaba la hacían viajar a un mundo mejor.
Pascual, era un muchacho de la alta sociedad del momento. Un buen mozo, de buen ver. Su padre se dedicaba a la importación y exportación de la madera y a algunos negocios relacionados con el tabaco.
Tendría entonces él, apenas unos veinte años. Un chico apuesto, muy atractivo, educado, con una sonrisa que a Concha cautivó. Fue un flechazo inminente para ambos. Jamás se habían visto antes, pero se sentían como si se conocieran de toda la vida.
La invitó a dar un paseo el domingo por la tarde por la alameda, dónde se perdieron con el bullicio de las gentes, de los niños que jugaban bajo los árboles.
Y el amor, dulce, cálido estalló entre ellos y comenzó una historia que marcó la tragedia para ambos.
Después de dos años de relación (siempre a escondidas) pues no era bien visto que las clases sociales se mezclasen, se descubrió.Concha fue despedida de la casa donde trabajaba, pues la madre de Pascual se encargó de que fuera así, y a él lo mandaron al norte de España a llevar una de las empresas de la familia.
En ese tiempo, esos dos maravillosos años que pasaron juntos, él le había enseñado a leer y a escribir, le había enseñado a Concha ese otro mundo en el que existía Shakesperare, Calderón de la Barca, Lope de Vega y tantos otros….La partida fue dura. No pudieron ni siquiera despedirse.
Pero la correspondencia entre ellos era casi diaria. Los sentimientos, se fortalecían día a día y a pesar de todos los impedimentos, las fuerzas no flaqueaban y los dos se sentían felices de tenerse aunque fuera en la distancia uno a otro. Tres años más tarde, Pascual regresaba de nuevo y Concha era entonces la mujer más feliz del mundo, por volver a reencontrarse con su amor.
Pero esta todo dispuesto. Por temas políticos y comerciales Pascual debía contraer matrimonio con una joven de Barcelona que él ni siquiera conocía. Se negó en rotundo. El quería casarse con Concha, formar con ella una familia, pero las represalias, las condiciones sociales del momento, ganaron la batalla y tuvo que marcharse a Barcelona a casarse con aquella mujer desconocida.
Concha se derrumbó. El dolor pesaba sobre ella. Siempre supo que jamás les iban a permitir estar juntos, pero siempre tuvo ese ápice de esperanza, ese sueño, de que podrían cambiar las cosas, que no importaría la clase social…. Durante años ella había estado observando el comportamiento de las damas de aquella sociedad, de su lenguaje refinado, sus andares, sus gestos, había leído mucho, demasiado tiempo sola que le permitió devorar libros unos tras otros. No tenía dinero ni clase para ir a la universidad, pero no fue un impedimento para enriquecerse personalmente.
Un año de cartas, de lloros… Pascual se había casado pero el corazón de ambos aún se pertenecían. Pasó el tiempo. Su regreso a Valencia, a la casa familiar ahora era diferente, él llegaba con su esposa y un futuro hijo en camino. Se volvieron a encontrar y los dos eran conscientes de que su amor debía morir pero era imposible. Nada ni nadie podría cambiar esos sentimientos tan fuertes. ¿ Qué hacer? Fue una decisión muy dura pero ella optó por la que más deseaba. No perder-lo. Tenerlo de la forma que fuere.
Cincuenta años a escondidas del mundo. Su historia de amor fue creciendo. Concha renunció a ser madre (no podía permitírselo siendo soltera, hubiera sido vejada de mil maneras por la sociedad y habría repercutido en todo lo que le rodeaba a Pascual por tener un hijo bastardo.
Así, desde su oscuridad, desde ese mundo de no sueños, se resignó a tener hijos, lo amó desde la discreción y fue correspondida hasta el día que murió él.
Pascual, fue padre de cinco hijos con aquella mujer desconocida que fue una esposa a la que realmente nunca quiso. En su lecho de muerte, rodeado de su mujer, de sus hijos y nietos, pidió su última voluntad.
Su mujer sabía la historia desde hacía muchos años. Ella también se había casado sin quererlo, aunque los años, el roce, hicieron crecer un cariño mutuo.
La voluntad. La última. Era ya lo único que quedaba.
Concha llevaba días acercándose al hospital, cada noche, preguntando a las enfermeras por su estado de salud, y como siempre a escondidas. En estos momentos de su vida, ya no habían pautas y reglas que la sociedad impidiera, pero si existía el respeto hacia sus hijos y su esposa, por lo que ella evitaba el encuentro, y a pesar de tener la habitación a pocos metros de información, no entraba por no incomodar a toda su familia. Quería evitar cualquier disgusto, cualquier escándalo. Y no era nada agradable para nadie, y seguramente no hubiera sido consentido, el que entrara ella a verlo en su lecho de muerte, aunque era algo que ella deseaba con todas sus fuerzas. Pero que decir. –Hola soy Concha. Fui novia de vuestro padre y su amante durante cincuenta años. No. No se podía. Imposible.
Su dolor era palpable. Su dolor era infinito. Toda una vida. Toda una vida viviendo paralelamente a sus sueños, se había convertido en una ancianita algo refunfuñona. Era evidente que la vida no se había portado bien con ella y esto que para ella era lo último pensable se acercaba a su último momento.
Pero ahí estaba esa última voluntad. Y la mujer telefoneó a Concha. Se había enterado de su número por una enfermera, que le había dado ella días atrás su número para que si ocurría cualquier cosa la avisara, diciéndole que era una prima. La conversación fue algo escueta, tirante.
Pero Pascual quería verla, era su última voluntad y su mujer accedió.
Estaban solos en la habitación del hospital cuando ella llegó. Pascual, con un mirada, hizo ademán para que su mujer saliera de allí y poder quedarse a solas. Solo quería despedirse de su gran amor. Hubo un gran silencio. Y con la cabeza cabizbaja, la mujer se dirigió hacia la sala de espera.
Lo que se dijeron, allí quedó, para ambos. Escondido al mundo, como había sido igualmente su idilio. Cogidos de las manos, con lágrimas en los ojos, su amor, seguía vivo.
A los pocos minutos, tocaron despacito un par de veces en la puerta. Regresaba su mujer de la sala de espera y Concha sabía que ya tenía que despedirse, que jamás lo volvería a ver. Le temblaban las manos, su cara de desencajó por completo. Miró un segundo a la mujer y a continuación se levantó de la silla para inclinarse sobre la frente de él a darle un beso.
-Te he esperado toda una vida, allí arriba nos reencontraremos y estaremos juntos.- Concha no pudo decir nada… un nudo en la garganta se lo impedía. Se incorporó y salió de allí muy despacio, le fallaban las piernas. Andando hacia atrás mirándolo, sin poder mediar palabra.
Esa noche, falleció. Cerca de la madrugada, sonó el teléfono. La llamada inevitable. Las manos no respondían y le costó descolgar el teléfono.
-¿sí? ¿Quién es?- balbuceó. Al otro lado, una voz de mujer le contestaba.
- Esta noche, las dos nos hemos quedado viudas.- Y colgó.
El entierro fue otro trago duro. Sola, sin fuerzas, aguantándose como podía con su bastón, Concha se dirigió al cementerio. Había un tumulto de gente, y ella una señora ya muy mayor, pasaba desapercibida, pero quedó en un tercer plano, marcando distancias para no incomodar a nadie. Allí se quedó sentada en un banco, observando desde lejos, como el amor de su vida era metido en un nicho. Una última caricia. Una última caricia era lo que ella necesitaba darle a él. Apenas unos minutos, pero en ese pequeño espacio, pasó por su mente toda su vida como si fueran fotogramas… el día que lo conoció, su primer beso, su declaración de amor, su primer baile ( en la oscuridad). Ya no le quedaba nada. Lo único que había querido en esta vida, se había ido. Ahora, sólo le quedaba un último sueño. Que llegara su día, para poderse reencontrarse de nuevo con él.
Absorta en sus pensamientos, cuando se dio cuenta que ya no quedaba nadie de las personas que habían ido al entierro. Se levantó de aquél banco de piedra, y se fue acercándose hacia su nicho, tambaleándose y sin visibilidad alguna por las lágrimas que le impedían ver. Ahora estaban solos. Acariciaba la lápida, le daba besos, le susurraba hasta que al final todo ese amor reprimido tantos años estalló. Había mucho dolor, tanto como lo había habido en su vida. Sólo que ahora, nadie le podía impedir ir a visitarlo cada día, a pasar las mañanas junto a él, hasta que su salud se lo permitiera. Y así fue.
Pasaron algunos años más, y ella, con sus más de ochenta años, iba a visitarlo cada mañana . Pascual murió. Pero su amor, jamás lo hizo. En cierta forma, lo seguía cuidando, le llevaba flores frescas, le contaba historias, seguía acariciando la lápida como si fuera a él. Hasta que llegó un fatídico día de noviembre, en el que la vida se truncó, y él ya no recibió nunca más la visita de ella.
Muchos pensaran que fue una pobre mujer desgraciada. No tuvo una vida fácil, víctima de una época, pero que a pesar de ello y con todas sus adversidades, supo ganarle la batalla a el amor. Fue, y será siempre, la vida la desgraciada, que se cebó con ella, hasta el día de su muerte.
Después de aquello, ella sólo quería reencontrarse con él, de la manera más dulce. Pero la propia vida, en este caso, fue una hija de puta y hasta le privó de nuevo, de que su último aliento fuera como ella deseaba… morir en paz.
Aunque eso….. es otra larga historia, que aún no he podido, después de los años, escribir.
dedicado a ese ángel de alas blancas que seguirá siempre en mi recuerdo.... A Concha.

Existen poemas olvidados, en este gran baúl virtual... Recuperarlos, es trabajo de todos... Verdaderas joyas poéticas permanecen en el cofre de los deseos.
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- Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20
Re: SIN DESTINO
Es un realato muy transparente y dulce; gracias por compartir.
Saludos cordiales.
"He guardado la Luna en los cajones
por si vuelves de noche que te alumbre;
no te tardes, papá, que sin la lumbre
de tu amor no se encienden los fogones.'"
Esta cárcel sin ti, Ramón Olivares
- Óscar Distéfano
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Re: SIN DESTINO
Óscar
http://www.elbuscadordehumos.blogspot.com/
- Ónice Canet
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Re: SIN DESTINO
Óscar...
Muchísimas gracias por leer . Y de corazón agradecida... No es un relato cualquiera. Es un hecho real, aunque haya dejado guardado algunos detalles y otros han sido variados por respeto al personaje de esta historia. Justamente hoy, es el aniversario de su muerte. De su asesinato. Me costó años poder escribirlo, por muchas razones... Por eso mismo, el que haya sido leído y conocido un poco de su vida, es una manera de homenaje hacia ella.
Gracias de nuevo.
Un abrazo.
a mi ángel de alas blancas... que sigue en mi recuerdo. Te quiero Concha.

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- Alonso Vicent
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Re: SIN DESTINO
No es el foro de prosas muy visitado, y es una lástima porque existen relatos que en verdad merece la pena leer.
Un abrazo, vecina, con reverencia incluida.