Yo sé que la tristeza inundaba tu acento,
que sentías la emoción del artista que sufre
y cantabas
persiguiendo la cruz
de tus venas, tu sangre
en una oda amarga con música pausada.
No pude transmitirte mis ansias de pasión,
de amor triste como yo, humilde como un sauce.
En aquellos días, en aquella colina,
aprendí a perder con las cartas marcadas
con el mar en el fondo moviendo nuestro verso
y el rumor de la tarde enredando el paisaje
en donde te adentrabas.
Y te fuiste sin decir adiós,
mujer de los misterios
de los bosques oscuros;
no pudiste beber mi locura primera,
apartaste la dulzura que derramé en tus ojos,
el sueño de amor sincero
que volviste a evocarme.
