Meridiano O o palabras que no se lleva el viento

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

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Helena Martins
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Registrado: Dom, 22 Feb 2015 18:05
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Meridiano O o palabras que no se lleva el viento

Mensaje sin leer por Helena Martins »

(Los personajes de esta historia son de ficción, pero el lugar y los hechos persisten aún en la memoria y en el paisaje.)
Isla del Hierro (sin fecha)


Los domingos jugaba auscultarse el corazón bajo la penumbra de un anfiteatro. La luna iluminaba el miedo que lo construía a fuerza de temblores y dudas se sabía un niño de carne y hueso. Siempre jugando al mismo juego, una y otra vez adivinando estar vivo.
-¡Mamá yo nunca moriré!
Su madre lo miraba, y sin dejar de amasar EL gofio le decía:
-¡Deja de decir tonterías y vete a la alberca a por agua!.
Pero él prefería propinar punta pies a las piedras del viejo muro del cementerio y mearse en los huecos, encima de los alacranes.
De noche silbaba como los pájaros para ahuyentar la soledad, de día para sobrevolarla soñaba flotar en el cielo como las águilas pescadoras.
-Yo nunca moriré,- le decía a la luna que se posaba en la cima del inmenso anfiteatro del valle, después cerraba los ojos y silbaba.
En invierno todos los pueblos son tristes, este también lo era, aunque no existiera ni el invierno, ni la primavera ni una sola estación que cambiara nada, triste y pequeño como sus ventanas por las que nunca asomaba ningún rostro.
Pero, ¡como envidiaba esos árboles sin tiempo!, desafiando el horizonte y la gravedad, ni la fuerza de los vientos alisios podría arremeter contra su firme propósito de seguir en pie. A veces pensaba que aquellos árboles eran imaginaciones suyas, creyendo que eran de barro líquido y que el viento los moldeaba a su antojo hasta que el sol secaba sus ramas confiriéndoles aquellas extrañas formas retorcidas.
-¡¿Has visto las sabinas de las laderas madre!?,...¿Las has visto?,...
Su madre sin dejar de hilar, le contestaba sin mucho interés, mientras desenredaba un ovillo de lana:
-Claro hijo, claro que las he visto.
Pero el nunca la creía, al fin y al cabo eso es lo que siempre le decían los mayores cuando querían seguir con sus tareas, y acto seguido le ordenaban algo para que se marchara y no molestara más.
-¡Anda hijo, vete a por leña para la cena!
Aquel día el viento soplaba con mucha fuerza, era la época de lluvias, decidió armarse de valor y trepar la ladera, iba silbando como siempre que tenía miedo, como siempre que sentía que su cuerpo pesaba tanto que no iba a poder habitarlo; pero aquella mañana fue diferente, el viento resulto ser mas cruel y mas fuerte que sus propios miedos, y se sintió terriblemente ligero, casi como una pluma de águila pescadora, como una sola pluma en medio de un huracán. A cada paso se aferraba a las piedras que formaban el escarpado trecho de la ladera, se pegaba a ellas igual que aquellos lagartos gigantes que habitaban en el Julan. Lloró de rabia, pero ni siquiera sintió la humedad de sus propias lágrimas pues el viento también se las llevaba. Con los ojos secos y el miedo amarrado a su corazón alzo la vista y vio uno de aquellos árboles de barro, a penas se movía. Aquella imagen lo llenó de un valor nuevo, desconocido. Se arrastró como pudo, sin comprender muy bien el porqué de aquella hazaña, sintiendo por primera vez que podía llegar hasta él, se abrazó al tronco tan fuerte como sus fuerzas le permitieron, y entonces, experimento algo extraño, escucho la voz del viento, no era un grito incomprensible ni furioso, mas bien era como si pudiera oír la verdadera voz de su corazón, como si estuviera hueco y el viento moldeara en su interior palabras que solo él podía comprender.
A partir de aquel día en la ladera decidió que aquel árbol y él serían el mismo ser y que para conjurar todos sus miedos solo tenía que ser como aquel árbol, dejarse moldear por el viento sin que el miedo lo arrancara de su propio ser.
En el pueblo nada cambió durante décadas, sólo Julián creció dando punta pies a los muros de piedra del viejo cementerio, más tarde ,supo mientras sostenía a su hija Sabina en brazos, que no hay que levantar muros que separen la vida de la muerte, porque entre sus piedras se esconde el veneno de todos los venenos: El miedo.
Voy cantando, inventando la voz de mi camino.
Hallie Hernández Alfaro
Mensajes: 19647
Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Hermoso texto.Tiene detalles reconocibles, emocionantes y muy gráficos. Julián y la inmortalidad, los polos del movimiento, las travesías del ojo sin edad.

Felicitaciones, Helena; gracias por compartir.

Saludos cordiales.
.
"He guardado la Luna en los cajones
por si vuelves de noche que te alumbre;
no te tardes, papá, que sin la lumbre
de tu amor no se encienden los fogones.'"

Esta cárcel sin ti, Ramón Olivares
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Helena Martins
Mensajes: 58
Registrado: Dom, 22 Feb 2015 18:05
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Mensaje sin leer por Helena Martins »

Hallie Hernández Alfaro escribió:Hermoso texto.Tiene detalles reconocibles, emocionantes y muy gráficos. Julián y la inmortalidad, los polos del movimiento, las travesías del ojo sin edad.

Felicitaciones, Helena; gracias por compartir.

Saludos cordiales.
Gracias Hallie, emocionar ya es mucho! cómo bien dices son los dos polos del movimiento. Gracias por compartir y opinar. :)
Voy cantando, inventando la voz de mi camino.
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Ventura Morón
Mensajes: 5473
Registrado: Mar, 29 Oct 2013 0:40

Mensaje sin leer por Ventura Morón »

El paisaje de la Isla del Hierro es majestuoso. Una isla tremendamente especial (todas lo son, y son todas tan distintas). Yo he vivido en Canarias muchos años, y reconozco la inmensidad de estos arboles en el paisaje azul, la eterna primavera que elimina la conciencia del paso del tiempo, el sentir isleño que implica el control de todo un territorio y al mismo tiempo, el límite de sus confines. Esa preciosa simbiosis entre un árbol y un niño que crece la plasmó tambien el gran Juan Ramón Jiménez en su relato de "El Pino de la Corona"(en "Platero y yo"). Un árbol puede representar esa eternidad, esa fortaleza que es capaz de acompañarnos toda una vida.
Gracias por venir y compartir con todos Helena
Abrazos
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