
Mi cielo que amaneciendo se acurruca en los recueros
un echo que insiste en sus orígenes, y busca entre el albero y el blanco sus sueños
un rezo, que perdido de sus súplicas, desencadena la espera, mimándola.
La metáfora errante del lugar recóndito, donde se comprende
el sigilo incandescente de ese segundo, que compuso
la insidiosa infamia de las dudas perpetuas, de los saberes ciegos
el olor que mastica ternura y una daga, la herida del tiempo.
La conjunción de esas damas, que acechadas divergen y fluyen
la corona del llanto, el delicado efluvio del sensible merodeo de una emoción latente
la evasión de los ríos que inexorables imitan los pasos, repicando.
Mi escalera pintada, la puerta que abierta aguarda, el sigilo de mis sombras.
La búsqueda insaciable, que en el abrazo de las magias, progresa dogmas
las artes para las que no se existe
los nombres para los que no se nace
la levedad que no se aprende
la furia que no doma
la pasión que no se miente
los besos que no repiten
las miradas que clavadas perduran
todo lo que callado duele
el mensaje que pinta un vuelo
el adiós que no se dice
el valor que no se pierde.
La emoción callada, que en el alma desmiente y en el umbral de la vida, grita.