...
Dejadme que me duela.
Dejadme que me -de- sangre.
¡No vengáis a socorrerme!
No me entreguéis
vuestro corazón conmovido.
Lloremos así,
[tab=30][tab=30][tab=30][tab=30][tab=30]juntos…
al candil de una noche eterna.
Guardaros vuestras palabras de consuelo.
¡Os estoy pidiendo que os las guardéis!
Debo bajar al infierno
más monstruoso, y un miedo letal
arrastro, a que cerval, me engulla.
Quisiera no escribir, pero
estas letras, debo intentar rasgárselas
en su densidad al silente duelo.
Dejo aquí mi alma expuesta,
precipitándose temblorosa al cráter
del mal más rastrero e insondable, mas
no puedo exponerla,
no del todo,
a esta angustia de disparo certero.
¿No veis cómo se derriten
del calcinado cosmos sus costillas?
Se funden rojas las campanas
quietas, sin un redoble, y rendida
la humanidad se vacía
hasta la asolación irreparable del nimbo.
¡Y crujen tan frágiles sus chillidos
ante el aliento atroz del abismo!…
Tan fiero, inclemente devora
sus alas
secas de pajarillos, en el suelo
frío...tan frío.
Demasiado es una palabra corta.
Aquí, todo se acaba. Después, sólo
la Nada.
Entre mis manos,
la Nada.
En mis ojos,
la Nada.
Dejadme. despacio, en la Nada,
oir en catarsis sus risas,
antes de conocer el averno, quizás
durante
incluso.
Dejadme que imagine.
Dejadme que me asista
su calor perdido, su llama
titilante, casi huera.
¡Dejadme os he dicho!
Abrazar su adiós
lacerante, despacito anudar
sus amontonados zapatos, uno a uno,
a la despojada ternura del cielo,
dejadme sus florecientes mejillas
besar,
de su vuelo rescatar un segundo,
y balancearme en su memoria
¡viva!.
¡Dejadme, por Dios, dejadme!
Dejadme
[tab=30][tab=30][tab=30][tab=30]la esperanza…
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