
En el corral estaba, tan tieso, desafiante
un arrogante gallo de cresta colorada
que cual “D. Juan” tenía, lela e hipnotizada
a toda la gallina que estuviera delante.
Ocurrió que un buen día de fecha muy sonada,
era el Santo del pueblo, y apareció al instante
con claras intenciones mi tío y un cortante
que dejó al pobre gallo su cabeza cortada.
Entonces yo era un niño retraído y turbado
que quedé impresionado de tan macabro evento
y cuando mi familia sentada y ya dispuesta
a dar cuenta del gallo bocado tras bocado
en un rincón del cuarto con un gran sentimiento
lloraba yo dolido con rabia manifiesta.