ALFONSINA, MARCELO Y EL AMOR
Publicado: Vie, 27 Jun 2014 12:29
ALFONSINA, MARCELO Y EL AMOR
Entre ambos suele haber distancias, olvido (el de Alfonsina)
y algún imponderable: un mar de espacio, aire, y bastantes
kilómetros de tierra; por no hablar de cobardía (la de Marcelo)
y su carácter mustio y pusilánime.
Sus costas tardan años en juntarse, y cuando lo hacen,
las blanduras se adueñan de Marcelo, y su pecho da un respingo
febril y tembloroso. Ella dice entonces hola, cuánto tiempo,
y él responde, sí, un poco (por no decir que todo) y luego calla
cobarde como siempre; y se despide de Alfonsina (¿hasta cuándo?)
y ve como se aleja (¿hacia dónde?) y va anotando en su almanaque
la nueva latitud de su naufragio. Supone
que el tiempo es como un bucle recurrente
de esperas y de encuentros.
Marcelo sabe, porque lleva todo
muy bien organizado, que se halla a un par de lustros
del último vestigio de Alfonsina en su diario (y a siete de ese beso
primero adolescente).
Se toma como empeño a largo plazo,
que dentro de otros tantos (lustros me refiero) se atreverá a decirle
todo eso que se calla, que reprime, y a pedirle lo que nunca
tomó por imposible: tenerla tiernamente
de nuevo entre los brazos. Hasta entonces
dice que seguirá esperando a que el espacio, el aire y los bastantes
kilómetros de tierra, unan de improviso sus orillas para siempre,
y cuando ella le diga hola,cómo estás, cuánto tiempo, él,
no le responderá con ese…, un poco y hasta luego, sino que le dirá,
con esa precisión de los prudentes, ¡oh!, sí,
como unos treinta mil y pico días, con sus horas, minutos
y un mar de imponderables; y la besará en la boca, y olvidará que fue
un hombre pusilánime; y como lleva todo
escrito en su almanaque, sabrá que ahora son ancianos
de ochenta y muchos (años me refiero); pero estos son
detalles sin enjundia.
Ocurre que en la vida de los tímidos
el tiempo retrocede en los recuerdos,
se para en las esperas, corre en los encuentros, y que unos cuantos
decenios más o menos
no es algo que preocupe a un apocado.
Los atrevidos viven
su amor de otra manera.
--oOo--
Entre ambos suele haber distancias, olvido (el de Alfonsina)
y algún imponderable: un mar de espacio, aire, y bastantes
kilómetros de tierra; por no hablar de cobardía (la de Marcelo)
y su carácter mustio y pusilánime.
Sus costas tardan años en juntarse, y cuando lo hacen,
las blanduras se adueñan de Marcelo, y su pecho da un respingo
febril y tembloroso. Ella dice entonces hola, cuánto tiempo,
y él responde, sí, un poco (por no decir que todo) y luego calla
cobarde como siempre; y se despide de Alfonsina (¿hasta cuándo?)
y ve como se aleja (¿hacia dónde?) y va anotando en su almanaque
la nueva latitud de su naufragio. Supone
que el tiempo es como un bucle recurrente
de esperas y de encuentros.
Marcelo sabe, porque lleva todo
muy bien organizado, que se halla a un par de lustros
del último vestigio de Alfonsina en su diario (y a siete de ese beso
primero adolescente).
Se toma como empeño a largo plazo,
que dentro de otros tantos (lustros me refiero) se atreverá a decirle
todo eso que se calla, que reprime, y a pedirle lo que nunca
tomó por imposible: tenerla tiernamente
de nuevo entre los brazos. Hasta entonces
dice que seguirá esperando a que el espacio, el aire y los bastantes
kilómetros de tierra, unan de improviso sus orillas para siempre,
y cuando ella le diga hola,cómo estás, cuánto tiempo, él,
no le responderá con ese…, un poco y hasta luego, sino que le dirá,
con esa precisión de los prudentes, ¡oh!, sí,
como unos treinta mil y pico días, con sus horas, minutos
y un mar de imponderables; y la besará en la boca, y olvidará que fue
un hombre pusilánime; y como lleva todo
escrito en su almanaque, sabrá que ahora son ancianos
de ochenta y muchos (años me refiero); pero estos son
detalles sin enjundia.
Ocurre que en la vida de los tímidos
el tiempo retrocede en los recuerdos,
se para en las esperas, corre en los encuentros, y que unos cuantos
decenios más o menos
no es algo que preocupe a un apocado.
Los atrevidos viven
su amor de otra manera.
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