
He pasado la edad de los milagros
donde cada descubrimiento era un “Eureka”
y desconocía el nombre de las cosas
sin importar las nombraba con tocarlas.
La edad de la mirada pequeña que agiganta
el corazón y lo acomoda.
He pasado la edad de los candados
en donde buscaba la llave a los secretos
para abrir los cerrojos oxidados de la exactitud.
Hoy no poseo aún todas las llaves
pero las preguntas no acribillan la mirada y
guardo el peso suelto de las puertas abierta.
Sé de facto la belleza de las cosas
sobre todo de aquéllas diáfanas y limpias.
Como el sol visto una tarde desde mi ventana
o como cuando te veo dormir en mis deshoras
también cuando escucho sus conversaciones
y sé que se han hecho hombres.
Y no es que me duela o me conduela de mí misma.
Es tan sólo que me pesa ya esta eternidad
de abriles por venir y que aún no llegan
del miedo al achaque y al mohoso arrimo de los años
al tornado sin paraguas donde guarecernos
a los días con la luna boca abajo y abatidos pasos
Algunos años se anuncian a campanadas
Otros tienen el sonido de marchas funerarias
Alejandra Pérez Ch.