La bicicleta

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

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Ramón Carballal
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La bicicleta

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-Toma, esto es para ti. Es un regalo de tu padrino. A ver como lo administras-me dijo mi padre entregándome un fajo de billetes que en total sumaban cinco mil pesetas.
Yo nunca había visto tanto dinero junto.
-Papá-le dije con determinación. Este dinero es para comprarme una bicicleta.

Sabia por mi madre que Don Marcos, mi padrino, tenía la costumbre de hacerles a sus ahijados un buen regalo al cumplir los trece años. Don Marcos estaba soltero, usaba gafas de miope que empequeñecían sus ojos hasta convertirlos en dos bolitas de anís, vivía con su hermana Irene, también soltera, y disponía de ingresos más que suficientes para las necesidades de ambos, ya que era el único notario del pueblo. A Don Marcos se le apreciaba por su buen corazón y sobre todo porque llevaba dentro de su naturaleza algo de lo que muy pocos pueden presumir: la generosidad.
Así pues, con mis cinco mil pesetas, me dirigí a la mejor tienda de bicicletas de la ciudad. Se llamaba Cachaza y estaba en las proximidades de la plaza de Lugo. Era una tienda pequeña que hacia esquina. Las bicicletas se arracimaban en el suelo por tamaños, y las más voluminosas, las de competición, colgaban de las paredes sujetas por ganchos. Estuve mirando con mucha atención todas las que había, hasta que me fijé en una. Se trataba de una BH amarilla plegable. Brillaba el esmalte del cuadro como topacio de oro, tenia manillas blancas, granuladas, con reflectores en los bordes, un faro cuadrado con dinamo que se activaba al girar la rueda delantera y bomba de aire bajo el sillín; sobre el guardabarros trasero un portaobjetos con prendedor, el manillar era un tubo de acero en uve y el carenado era amarillo y blanco para hacer juego con el conjunto. El vendedor se acercó, al verme tan embelesado:
-¿Qué, hijo, te gusta?
-Si señor,¿Cuánto vale?-le pregunté
-Cinco mil pesetas-dijo sonriente.
Yo saqué de mi bolsillo el fajo de billetes y se lo entregué.
-Puede contarlos si quiere.
-No es necesario, hijo, ya veo que son cinco mil pesetas. ¿Te la llevas ahora?
-Si, señor-le dije con satisfacción.
Me llevé la BH andando. Caminaba orgulloso enseñándola por todo el pueblo, algunos se metían conmigo suponiendo-como era cierto- que no sabía montar, pero yo estaba seguro de que en pocos días no tendría que envidiar al más experimentado de los ciclistas. Practiqué sin descanso y, en efecto, en poco tiempo dominaba con cierta habilidad la bicicleta que guardaba en el viejo garaje de Dimas. Todos los días iba a verla, la usara o no, y Dimas como si le preguntara por la salud de un enfermo, con ese aspecto de eterno cansancio que tenía, me decía lacónicamente: sin novedad.
Acababa de empezar el verano y eso significaba que el próximo fin de semana mis padres me llevarían a la aldea a pasar un mes con mi abuela. Era lo que estaba esperando. Una mañana despejada de finales de junio emprendimos viaje. Cogimos la bicicleta que entró, plegada, en el maletero del coche, y el flamante Morris, recién comprado, enfiló alegre la carretera. Introduje con cuidado, en el bolsillo más pequeño de mi pantalón, la clavija que servía para fijar la bicicleta. La sujetaba con la mano, como si fuera la llave de un tesoro, y con cada bache del camino sufría por la integridad del biciclo. Nada más llegar a la aldea me subí al campanario para ver si localizaba a mis amigos, en seguida los vi jugando al fútbol junto al río. Descargué la bicicleta, la monté y me dirigí a su encuentro para enseñarla. Fue Ubaldito el primero que me vio,
-eh! mirar, es Víctor y trae una bicicleta nueva-voceó
Me paré ante ellos muy ufano
-¡jo! vaya bici -dijo Tiano,
-¡qué chulada!- dijo otro chaval que no conocía
Ellos tenían sus gastadas bicicletas apoyadas contra el muro, casi todas las habían heredado de sus hermanos mayores, solo José Manuel había estrenado este verano una nueva, pero no del estilo de la mía, sino una imitando las de carreras, aunque más reducida, con barra horizontal y manillar plano. Muy pronto guardaron el balón de fútbol y se subieron a las bicicletas. Éramos seis o siete en pelotón ciclista, reíamos, hacíamos sprints, cronometrábamos el tiempo que tardábamos en dar la vuelta a la plaza, más que piernas teníamos ruedas porque la bicicleta se había convertido en nuestra forma de desplazamiento para cualquier circunstancia.
La aldea estaba situada en un pequeño valle, con la sierra a un lado y la carretera general al otro, las montañas formaban una corona y el río una vena que dividía el pueblo. La orografía ponía dificultades a nuestra área de acción, la mayor eran las cuestas, no muy prolongadas, pero de rampas empinadas, puertos de primera como les llamábamos, difíciles de escalar por las reducidas dimensiones de nuestros vehículos y por las limitaciones físicas propias de la edad. Aún así el entusiasmo que le poníamos podía con todo, a mi, en particular, se me daban mejor las subidas que las bajadas, empezaba con fuerza cogiendo carrerilla en el llano, el impulso me llevaba casi hasta la mitad de la cuesta, en ese momento me subía sobre los pedales, nunca sentado, volcando todo mi cuerpo y toda la fuerza de que era capaz en la ascensión. Mi poco peso me ayudaba, al contrario que a Ubaldito, que era rechoncho como una pelota, y no lograba pasar de media subida realizando el resto a pie. José Manuel era mi competidor, teníamos características físicas similares y subíamos casi en paralelo, según el día ganaba uno o ganaba otro; cuando tocaba bajar llegaba la venganza de Ubaldito, su corpulencia le favorecía y no tenia miedo en la curva final a la que llegábamos a gran velocidad y en la que yo, con excesiva precaución ,después de una caída que tuve al derrapar en la gravilla de la cuneta, tocaba ligeramente el freno, lo que me hacia llegar irremediablemente de último. Conservaba de aquella caída el recuerdo de una cicatriz en la rodilla derecha que aún hoy tengo.
Una de las cosas que más odiaba era llevar a alguien de paquete, el peso lastraba mi marcha y disminuía el control sobre la bicicleta. Una tarde que Ubaldito tenia pinchada la suya me pidió que lo llevara a la veiga, pero yo me negué, y eso que era cuesta abajo, “mira Ubaldito-le dije-ves la rueda, se me va a pinchar si te subes, porque con tu peso vamos a ir en llanta”.Ubaldito se enfadó mucho y me llamó cagao y debilucho, pero yo prefería su desdén a caerme otra vez de la bicicleta y hacerme daño.
El verano era largo, los días no se repetían porque, aún haciendo aparentemente lo mismo: bañarnos en el río, jugar al fútbol, al monopoly o a las cartas cuando llovía, siempre había alguna cosa que los distinguía unos de otros, cualquier anécdota, cualquier encuentro repentino o cualquier suceso imprevisto, como los inesperados pinchazos de la bicicleta, suponían un sobresalto que alteraba la rutina.
Cuando se pinchaba una rueda, y no era infrecuente, comenzaba el complejo ritual de la restauración: había que quitar el neumático, inflarlo y localizar, sumergiéndolo en el agua ,el lugar exacto por donde perdía aire. Luego debíamos comprar a Paxón, el zapatero ,unos parches y una goma especial que fabricaba él y que te cobraba a precio de oro. Se impregnaba el parche con el pegamento y se colocaba sobre el sitio del pinchazo, se esperaba un par de horas y se comprobaba de nuevo en el agua que estaba correctamente reparado, de ser así se montaba otra vez el neumático y a dar pedales.
Me pasaba el día fuera de casa. Mi abuela recorría el pueblo buscándome a la hora de comer, voceaba mi nombre y yo, con el viento favorable, la podía oír desde cualquier punto, por muy distante que estuviera. A mi no me agradaba esa forma de llamar, lo único bueno que tenia es que mi abuela se demoraba un buen rato, porque además de gritar como una agitadora profesional, entraba en las casas una por una a ver si estaba allí. Como era la hora de comer le convidaban a una tapita y a un vino, o mejor a Coca-Cola , su auténtico vicio. No sé si aquello era una especie de perversión o es que tenia mucha cara o es que se sentía sola, lo cierto es que pasaba tranquilamente una hora hasta que me localizaba, y después, la comida casi toda era para mi, porque a ella se le había pasado el hambre con tanto aperitivo. Sea como fuere, yo lo agradecía, el ejercicio me despertaba el apetito y comía con voracidad para recuperar fuerzas, nada me llegaba y ella me miraba perpleja y me decía: “no sé donde lo metes con lo flaco que estás” .
El verano fue pasando, y septiembre llegó sin darme cuenta. Las tardes de otoño empezaban a enfriar el aire vespertino y yo me resistía a dejar aquel sueño de libertad. El Morris regresó como un navío a recoger carga, la BH se plegó de nuevo en el vientre del coche y dejé que durmiera la invernada hasta el verano siguiente, en que ella y yo volveríamos a ser uno.
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"El poema eres tú recomponiendo el espejo que cada día rompes".

"Comprender es unificar lo invisible".

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Hallie Hernández Alfaro
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Un gusto enorme haber viajado en este hermosísimo tiempo de Víctor con su bicicleta.
La ilusión y el amor desborda en el relato; y la belleza también, si señor.

Abrazos y enhorabuenas, amigo. Gracias siempre por compartir.
.

No fueron, los ojos, hechos para durar, los corazones explotan si se les demanda en exceso, se forman andenes translúcidos en el borde de cuanto ama por ese océano con que Amor nos lleva en su inagotable exhaución....

Raum und zeit, Julio Bonal
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Ramón Carballal
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Hallie Hernández Alfaro escribió:Un gusto enorme haber viajado en este hermosísimo tiempo de Víctor con su bicicleta.
La ilusión y el amor desborda en el relato; y la belleza también, si señor.

Abrazos y enhorabuenas, amigo. Gracias siempre por compartir.
Muchas gracias, Hallie, por ser tan generosa con estas tonterías que escribo. Un beso.
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Carmen López
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Preciosísima entrega Ramón, una gozada, me recordó el ambiente a aquella obra de teatro "Las bicicletas son para el verano". Como siempre, sea en verso o en prosa es un placer leerte.

Unha forte aperta.

Carmen
La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar.
Gastón Bachelar.
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Ramón Carballal
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Carmen López escribió:Preciosísima entrega Ramón, una gozada, me recordó el ambiente a aquella obra de teatro "Las bicicletas son para el verano". Como siempre, sea en verso o en prosa es un placer leerte.

Unha forte aperta.

Carmen
Gracias por tu lectura y amables palabras. Unha forte aperta, Carmen.
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Maria Pilar Gonzalo
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Muchas gracias Ramón por compartir con todos nosotros, esos días de verano de tu adolescencia.
Sin duda, una gozada revivir esos años de felicidad plena a tu lado.

Abrazos y Feliz Navidad.
Homo homini lupus (Tito Macio Plauto)
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Ramón Carballal
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Maria Pilar Gonzalo escribió:Muchas gracias Ramón por compartir con todos nosotros, esos días de verano de tu adolescencia.
Sin duda, una gozada revivir esos años de felicidad plena a tu lado.

Abrazos y Feliz Navidad.
Gracias, Pilar, por leerme y comentar. Felices fiestas y un beso.
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