El Ocaso del Kanh - Escena I

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

Eduardo R. de la Cruz
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El Ocaso del Kanh - Escena I

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El Ocaso del Kanh




Escena I.

La maestra Ana caminaba cabizbaja por la calle que llevaba a la escuela del barrio, ensimismada y con el hambre apretándole el hueco de su estomago, miraba sin sorpresa las puntas de sus zapatos raidos. El viento de la mañana levantaba pequeñas tolvaneras por la calle, eran mezcolanza de tierra y basura, y mierda, sobre todo de la mierda seca que perros y humanos dejaban como un testigo de esa comunidad apartada y olvidada.

Un grupo de estudiantes detrás de ella apuraban su paso, casi todos entre 10 y 12 años, sus miradas acostumbradas al polvo de la calle, buscaban curiosos en los muros de ladrillo gris y ceniza. Su avidez por descubrir algún cambio, algún símbolo de aviso, escudriñaba cada rincón de la larga pared de la calle. Las bombas, las letras estilizadas, los colores neón seguían allí, exultantes y mudas. Nada había cambiado la noche anterior, al menos las letras habían sido respetadas; solo la mancha marrón en el poste de la farola que no iluminaba, seguía brillando. El piso de tierra aun se movía constantemente, sacudido por ese soplido frio del barrio.

Al pasar junto al poste del faro, Ana volteo levemente la mirada, el hueco en su estomago se revolvia y le gritaba desesperado, pero ella tan solo apretaba sus dientes y envolvía su vientre con fuerza con ambos brazos. Miro la mancha, borrosamente, sus ojos estaban llenos de humedad y sus parpados arrugados prematuramente temblaban como un charco sacudido por el impacto de una piedrecilla. Apuro el paso y dio la vuelta en la esquina, cruzo la calle, casi no había alumnos, ni padres, ni vecinos, ni vendedores ambulantes. Entro por una estrecha puerta de madera, casi cayéndose.

Los niños de atrás, la seguían en silencio. De pronto uno de ellos salto sobre la puerta, abriéndola de un puntapié, escuchándose un golpe seco de madera vieja, apolillada, saltaron astillas por doquier. Ana sin perturbarse volvió la mirada. Solo vio la sonrisa del niño, y su brazo armado de esa llave de mecánico, dirigiéndose con rapidez hacia su rostro. No sintió dolor, o frio, todo lo contrario, sintió que su cuerpo se relajaba y se llenaba de tibieza.

Los demás niños rodearon el cuerpo de Ana, dejando escapar tímidas y nerviosas risas. El Kanh seguía sin pronunciar ninguna palabra, encaramado en el cuerpo de Ana, mesándole los cabellos rojos y húmedos, con la compasión con que se acaricia un viejo animal que ha dejado de existir.
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Sara Castelar Lorca
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re: El Ocaso del Kanh - Escena I

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Un duro relato Eduardo, con todos los matices que implica un trabajo de estas características. Lamentablemente en el contexto del mundo en que nos encontramos escenas como ésta podrían hasta llegar a resultarnos light...esperemos no tener que decir como decía Groucho, aunque a veces deberíamos.

Un abrazo

Sara
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F.G.L

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Eduardo R. de la Cruz
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re: El Ocaso del Kanh - Escena I

Mensaje sin leer por Eduardo R. de la Cruz »


gracias por tu lectura Sara, es un experimento nuevo para mi la prosa, y es el inicio de mi historia que de cuando en cuando la ire actualizando.
Eduardo
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