
Un poema
o todos los libros del mundo
no alcanzan
ni una nota
o la música
toda.
No una palabra
ni el rastro de un perro.
Hay una secuencia
cierto orden
aparentemente aleatorio
un discurrir.
En la equidistancia del punto
una luz se apaga
un voz -se apaga--una silueta-
que ni toda la mística
ni el rezo
pueden iluminar.
Pero el poema
se sucede
se sucede
la nota
en su sucesión armónica
y el perro -sin palabras-
insiste
en marcar el terreno.