
Vocecitas de esperanza a la deriva abren las ventanas y todo es verde ceñido a la alfombra de la tierra. Olas de flores me nombran y me leen una fábula anclada en el deseo. Sobre una hoja caída, la sombra de una mariposa parece indicar la ruta a seguir y la distancia que existe hasta el sueño. En la noche ha llovido y el día comienza jugando con las nubes. El primer surco en el cielo lo dibuja la chimenea encendida. El sol tendido debajo de una encina detrás de un monte alto, tatúa con sus brazos alargados el amanecer que huye de la luna.
Pierdo la cabeza desvistiendo el paisaje pues el tiempo lleva disfraz de fugitivo y pasa junto a mí, justo al lado de mí mismo. ¿Va huyendo o caminando? y me saluda con un haiku en los ojos del búho que mira con desprecio. El bosque y la casita se funden, se abrazan, otorgan una nueva dimensión de magia irreductible. A derecha e izquierda una niebla de margaritas se eleva hasta la casa, intentan subir por el tejado pero se encuentran con los pasos de la luz en la retina de mis ojos.
Tejer la mirada que yo pienso es el tiempo de un poema corto.

La mariposa
de alas de espuma
viene hasta mí.
En la pradera
también está el mar
de primavera.
El deseo va
desde el amanecer
hasta la puerta.
Del tejado
apartar la mirada
no es posible.
Sobre la mesa
aún queda harina
de amasar sueños.