Las flores y los prados tienen el mismo sino,
la misma larga noche
que apagará mi frente,
mientras busco coronas, laureles, epitafios,
pasan las caravanas cargadas del perfume
que vierten los linderos,
y no puedo tenerlo, sentirlo, propagarlo,
porque estoy en el valle y es abrupta la rampa.
Ya nadie me provoca, nadie quiere escucharme,
nadie intenta saber
qué había en mi mirada oscura, amarga, triste
conteniendo la fuerza, qué comentario irónico
despertaba las risas en la mesa de un bar
mustio de madrugada cuando ardía el bufón
de todas las comedias,
hace ya mucho tiempo, cuando aún te esperaba,
cuando quise aprender
el arte de la vida,
la vida se reía siempre de mis intentos.
Las chanzas se apagaron como viejos vestidos,
lo que fuera brillante
se convirtió en derrota,
armarios retraídos que no tienen deseo
y que guardan portadas de revistas sin fecha.
Lo que fuera arrancar
besos en el olvido
es un trotar sin gracia
invocando la suerte,
pasan enfermedades, citas que nos aguardan
con la fragilidad
sincera de los cuerpos,
y pasan comentarios vacíos que no llegan
mientras toda la muerte reina en los hospitales
y el verso se nos hunde sin libertad ni orquesta.
Y tú y yo, separados por música y gemidos,
habitando en un mundo que no nos pertenece,
desvelamos los surcos del tiempo en nuestras almas.