Mis ojos sin destino caen al suelo
Publicado: Mar, 18 Mar 2008 23:12
.
Nacido del espanto rompió el tiempo su luto
y encadenado al negro vencido por el fuego
desató cruel su rabia y mató, degollando,
los arcanos del miedo
otra vez la ceniza torna gris.
Mi ánimo envenenado se profiere en sobornos ceñidos a la hiedra
¿Quien anuncia proclamas dilatadas en fuego?
Un vómito, abismo impuro del averno,
con la perseverancia de un cielo gris
que indiferente curte mi frente,
camina sin orillas para el regreso,
sin cómplice lunar para bebernos
la vida, juntos, en alianza.
Alzo mi copa para saborear memorias,
raíces que difieren estando unidas
y en la distancia se maldicen por no estar cerca
(observo de reojo que el techo amenaza
con venírseme encima);
rendido irrumpe el líquido en mi cuerpo,
por mi cabeza, imprecisos,
se despliegan borrosos los recuerdos,
escenas repetidas de una vida anterior
(esa savia in vitra, fosilizada
y pretérita donde se ahogaron las cunas de las gestas,
-el germen de los héroes-)
Una rosa muy roja, roja, permanece en el tiesto
y enfrentándome a ella persisto rotundo,
firme en la inmensidad de la nada.
Sobre mí, el vacío gira como en sueños,
me acuchilla de forma inesperada.
¡Sangran los dedos ante mis ojos!
Un mago anuncia, báculo alzado,
la adhesión de los pájaros volando hacia el sol.
Nueva copa, ahora de rojo alcohol
me sacude las manos
haciéndome sentir más vulnerable.
El destino se enfrenta nuevamente a mi destino;
cambian las formas, es la misma verdad,
nuevamente, cebándose en mi terquedad;
la pobreza de una cordura tan vacía
como mi espíritu y otra vez la tentación
toca mi cielo. Enciendo un pitillo, otro,
en tanto las cigarras con su estridente chirrido
me alteran, una mesa repleta de colillas
me advierte que subsisto en el lado débil.
Un perro lucha bravucón con otro perro
de menor orden y medida;
me confunde su falta de entereza,
su bravuconería flagrante
me irrita y le abro la cabeza con un canto rodado.
De pronto otro cadáver se muestra ante mí.
Y de nuevo la misma mesa enfrentándonos.
Las exactas preguntas.
La misma ambigüedad en las respuestas. Lloro. Caigo.
Mis argumentos buscan de nuevo en la altura de una breve habitación las objeciones.
Mis ojos sin destino caen al suelo
La ceniza enfurece dentro
en tanto quema la garganta
.
Nacido del espanto rompió el tiempo su luto
y encadenado al negro vencido por el fuego
desató cruel su rabia y mató, degollando,
los arcanos del miedo
otra vez la ceniza torna gris.
Mi ánimo envenenado se profiere en sobornos ceñidos a la hiedra
¿Quien anuncia proclamas dilatadas en fuego?
Un vómito, abismo impuro del averno,
con la perseverancia de un cielo gris
que indiferente curte mi frente,
camina sin orillas para el regreso,
sin cómplice lunar para bebernos
la vida, juntos, en alianza.
Alzo mi copa para saborear memorias,
raíces que difieren estando unidas
y en la distancia se maldicen por no estar cerca
(observo de reojo que el techo amenaza
con venírseme encima);
rendido irrumpe el líquido en mi cuerpo,
por mi cabeza, imprecisos,
se despliegan borrosos los recuerdos,
escenas repetidas de una vida anterior
(esa savia in vitra, fosilizada
y pretérita donde se ahogaron las cunas de las gestas,
-el germen de los héroes-)
Una rosa muy roja, roja, permanece en el tiesto
y enfrentándome a ella persisto rotundo,
firme en la inmensidad de la nada.
Sobre mí, el vacío gira como en sueños,
me acuchilla de forma inesperada.
¡Sangran los dedos ante mis ojos!
Un mago anuncia, báculo alzado,
la adhesión de los pájaros volando hacia el sol.
Nueva copa, ahora de rojo alcohol
me sacude las manos
haciéndome sentir más vulnerable.
El destino se enfrenta nuevamente a mi destino;
cambian las formas, es la misma verdad,
nuevamente, cebándose en mi terquedad;
la pobreza de una cordura tan vacía
como mi espíritu y otra vez la tentación
toca mi cielo. Enciendo un pitillo, otro,
en tanto las cigarras con su estridente chirrido
me alteran, una mesa repleta de colillas
me advierte que subsisto en el lado débil.
Un perro lucha bravucón con otro perro
de menor orden y medida;
me confunde su falta de entereza,
su bravuconería flagrante
me irrita y le abro la cabeza con un canto rodado.
De pronto otro cadáver se muestra ante mí.
Y de nuevo la misma mesa enfrentándonos.
Las exactas preguntas.
La misma ambigüedad en las respuestas. Lloro. Caigo.
Mis argumentos buscan de nuevo en la altura de una breve habitación las objeciones.
Mis ojos sin destino caen al suelo
La ceniza enfurece dentro
en tanto quema la garganta
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