![Imagen](http://www.justa.com.mx/wp-content/uploads/2009/06/exilio-espanol.jpg)
El árbol de invernadero infértil
enajenado, triste,
como la desesperación huérfana
que a otras lenguas desnuda
y horas eternas grita.
No lo creo todavía.
Selecta la ausencia, largo el espanto…
no puedo creerlo.
Esa costumbre enfermiza de horadar mentes radicales,
de estarse quieto entre paredes ahogadas en sangre.
Hay que ir hacia las sombras espesas –dijeron-
y hay que cerrar el paso y cambiar ceguera por locura y odio.
No hay otra salida,
porque la madrugada fabrica su misa de seis
y a las siete hemos de rascarnos la testa
y preguntar a quien se pueda: ¿Qué sucedió aquí?
No quiero creerlo.
Paso la mano por los hospitales y las camillas secas
por el rastro de agua, tan esbelto y triste,
por el atardecer lleno de edificios solitarios
y me llueven vidas que nunca fueron
remordimientos que nunca estuvieron,
cansancio y sueño.
Daremos vuelta a la esquina
y conduciremos ombligo, zapatos y alma bien lejos,
hasta recordar cosas que no tendrían importancia
si no fuera porque es la hora de pasar hambre
y estar a oscuras –dijeron-.
Y para dormir un poco,
automáticamente,
olvidaremos que libres subimos a la garganta de un dios
y luego miramos a la distancia, ridículos y limitados,
y atisbamos de cerca su boca…
y enmudecimos.
Terminamos aquí, llenos de musgo frío
bajo el tronco podrido y en estertores
sin más hambre,
ni sombra,
ni ruido.
Acompañados de todos los hombres apagados,
de las mujeres con telarañas oscuras en el regazo
lavando los cabellos de los niños,
aullando siempre antes de cancelar los roncos sollozos.
No, aún no puedo creerlo…
¿Qué hacer ahora, aquí,
en el sepulcro común donde estamos?
No lo entendí y no lo entiendo.