
¡Ay, niñez de cuatro lunas! ¡Ay, aroma de té de canela con panecillos recién horneados! ¿Dónde se extraviaron las rutas donde orgullosa surcabas los caminos que llevan al horizonte infinito? Yo era tu chofer, tu conductor, tu jinete en aquellas jornadas donde el polvo era nuestras nubes y las farolas de las calles nuestra galaxia.
Cuando vuelvo a ver tus pedacitos de todo y a su vez de nada, me recuerdan que así ha sido mi vida, pegotes que se adhieren como a ti las rondanas y los birlos, para ambos crecer de poco en poco, amalgamados por la esperanza de sentirnos fuertes, sólidos, diferentes, y sin embargo débiles como las rosas atrapadas en su cáliz.
Por un instante me siento transportado a aquellos tiempos, como si nada hubiese pasado, como si el tiempo quedara suspendido y mi alma se entremetiera entre las brumas de la nostalgia de aquella niñez tan añorada. Después de todo, andar de nuevo nuestros rumbos secretos, es una forma de decir que la vida es una promesa que se volverá verdad una mañana.
NUESTRA NIÑEZ
Acicaladas, las gaviotas se aprestan a levantar el vuelo una mañana.
Sus alas extendidas se baten en grácil huida
como intentando surcar el cosmos de una nueva galaxia.
Así nuestra niñez, convertida en polvo dorado que se esparce
como burbujas de jabón en vorágines de nada.
Tus destellos diamantados quedaron esparcidos en la grana,
en esas tardes que parecían trozos de luna salpicadas de aventuras,
que hoy son como olas de recuerdos que se mecen
en las sienes platinadas de mi cara.
¡Niñez que fuera todo; esperanza colmada de esperanza,
y cada torcer del destino, una razón para esperar otro mañana!
Si pudiera asirme a tu cauda tejida de listones,
me volvería juego, bolero, carcajada,
y volvería a tus noches de terror,
con los ojos asomando debajo de la almohada.
Arturo Juárez Muñoz
LM/2012/10