KYRIE
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
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KYRIE
Miraba pasar a la gente, los rostros serios y preocupados, apretando los dientes, los puños, la mente.
Sentada ahí en la orilla del abismo, pensó en aquellos momentos alegres y tristes, los de absoluta paz y felicidad, los de angustia y rabia. Su vida había sido mayormente buena y cada vez que recordaba lo más importante, que no había más tiempo ni vida, se calmaba y respiraba acompasadamente. Nunca en resignación absurda. No. Jamás había querido doblarse al hado, pero la veta negra de su destino, del sino común, se había revelado a fuerza de tallar y tallar en el madero de la existencia.
Se levantó y se encaminó a casa. Le extrañó el bullicio que escuchó desde lejos. Al abrir la puerta se quedó parada, perpleja. Había una gran concurrencia de desconocidos que reían, charlaban, brindaban probando bocadillos y postres de la mesa, meseros con charola en mano que iban y venían, niños jugando en el jardín, y una pareja de ancianos tomándose las manos, sonriendo y mirándola, mirándola fijamente. En el fondo la música de una ópera de Verdi.
Se acercó a ellos. –Buenas tardes-, dijo. Los abuelos pronunciaron algo incomprensible, el fragor de la música no le permitía escuchar más que: Qui tollis pecata mundi. Eran todos, la concurrencia en pleno cantando a coro. Ella en el centro de la sala con los ancianos, y el resto entonando a su alrededor así, hermosamente, a capella. Miserere, decía una voz reverberante que provenía de un punto indefinido. Todo era tan bello que nada más importaba. Había que escuchar, escuchar de una buena vez. ¡Benedictus qui venit! Luego, el silencio absoluto.
Recordó entonces. La noticia había estado sobre sus sueños desde hacía mucho tiempo, a nadie se lo había contado pero recordaba, recordaba que el fin del mundo conocido era inminente. En la televisión y la radio, en internet sobre todo, decían que un cataclismo de proporciones extraordinarias se avecinaba. La mayoría no lo creyó tan próximo, tan cercano, y guardaban el miedo bajo la atonía y la inconsciencia. Las reacciones habían sido muy diversas. La gente fantaseaba, se burlaba, se odiaba e insultaba, se acogía a su escasa fe; lo sabían y sin embargo elegían olvidar, neciamente aferrarse al hoy y al ahora.
Mientras tanto ella volaba en su sueño, planeando libremente subía y subía hasta el centro mismo y el universo era luz y frío. Cada partícula estaba iluminada de eternidad y cada cuerpo celeste se desvanecía a su paso. Evocó entonces los rostros serios y preocupados, el bullicio desde lejos, el par de ancianos que sonreían y misteriosamente le hablaban. Después, vino ese silencio total: La realidad, su realidad.
Ella estaba ahí, tirada, herida de muerte. Su casa estaba lejos, demasiado lejos. Terror, maravilla del terror. La gente en llamas, alaridos, destrucción. Nadie sobreviviría, nadie. Más allá, ni raciocinio ni llanto, negro el caos de fantasmas posesos. Remotamente sintió su pulso, eso era todo. En ese instante, con la palma de la mano izquierda, tocó su miseria, sus pecados, su propio exterminio. Comprendió entonces la prédica de los ancianos, sobre todo la última y sublime palabra: Kyrie, Señor, piensa en nosotros.
Lloró un poco. Amó el silencio, la piedad, la delicada paz que ahora sentía. Sobre la tumba donde yace el juicio final, cerró los ojos, y el Absoluto, sereno e imperturbable, le sació a cabalidad y en abundancia el alma.
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Antonio Soto escribió:Absolutamente esperanzador, porque nos dice que nada es la muerte, sino un fugaz instante en la maravilla del terror, más aún, porque los muertos son aquéllos que viven en y de la violación de la ley infinita y eterna que rige los órdenes espirituales, ya por convicción, ya por comodidad, ya por inconsciencia. Y para los muertos, el fin, el último instante de su existencia es la revelación instantánea e irrevocable de que su muerte, en realidad, ha ocurrido con mucha anticipación. Mientras que, para los vivos, los despiertos, no hay misterio en la muerte, porque están ligados a la eternidad por causa de la ley, porque son, en última instancia, hijos legítimos de las eternidades, bienvenidos siempre en la tertulia de su nacimiento.
Lo leo y lo releo llenándome de plenitud la plenitud maravillosa de la competencia literaria de tu imaginación creativa.
Te abrazo con toda la fuerza de mi corazón.
Gracias por todo
- MarRevuelta
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