
Hay un morbo oculto que deleita.
Un poeta que cuenta sus miserias y navega en cataratas de locuras,
nunca será un Rimbaud,
a menos que se inyecte toda la poesía pura de su entorno bajo la luz de los relámpagos
o se baje de un OVNI a predicar el evangelio.
No tengo que atar mis muertos a los de ellos.
Yo amo hasta el átomo,
hasta el grano de arroz que ha quedado en la espiga
y que mira con ojos de vergüenza
yo amo mi hambre, mi poema atroz,
sin mencionar la sombra que no honra
porque perdió su voz,
porque no muere inédita,
porque el más burdo de los versos la menciona.
Yo amo la mano que no le dice adiós a lo pasado,
Amo la imperfección que no enajena,
la cicatriz del verso en la ternura,
el olor de la palabra miedo
en los últimos segundos de un suicida,
amo lo que ha quedado por nacer,
cualquiera adivina que viene la tormenta cuando ve las nubes negras,
el desplome de la bolsa
o me ve a mí tirándole piedras al agua
con los ojos rojos
bordeando un precipicio.
Lázaro