Del diario de Regina-1

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

Antonio Justel
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Del diario de Regina-1

Mensaje sin leer por Antonio Justel »









Escribo, escribo y escribo, y mi orden del día lo conforman hoy Bach, temas de monjas y un aspecto de Faulkner. Cualquiera que me viera salir por la puerta del colegio, o corriendo en chándal por El Retiro o la Casa de Campo o, mismamente, tumbada en esta posición, cómoda con que me arrellano en esa vieja hamaca después de comer para procurar tranquilizarme, podría pensar que aquí no ocurre nada extraordinario y que, en todo caso, se trata de una mujer más, de las muchas que con normalidad van y vienen, trabaje o no; una mujer que en apariencia tal vez pueda parecer ser feliz o al menos corriente, e incluso una mujer sin ningún problema. Y aunque solamente alguna de las opiniones vertidas podría tener validez, yo misma me digo que una más, pues la capacidad que desplegamos para ocultar la adversidad, a menudo esconde enormes dimensiones.

Escucho a Bach porque me hacía falta. La espiritualidad y armonía que desprende y transmite me ayudan, me aúnan, me juntan los huesos y me permiten sentirlos hilvanados, cerca y realmente míos, como si los tuviera aquí, a mano, y no caídos y disgregados por el suelo con mi carne y mi piel. Sobre todo con mi piel. Intento percibirme toda yo siendo entera y creer en mí. Lo necesito tanto... E internamente agradezco y me hace estremecer pensarme y verme como Regina, Regina aún, la que he sido, la de siempre: viva, mujer; motivo por el que me digo que Regina soy yo, yo misma, la que habla, la que escribe, la que fuma el cigarrillo y se toca... Sin duda sé que me estoy afirmando en quien soy y en cómo soy, me doy cuenta de que tengo dentro una estima. Esta sensación de constatar el ser y estar consciente y comprenderlo así me hace mucho bien. Como si por un momento recurriera a un poder grande y dispusiese de él para reconcentrar mis facultades y fuerzas y no dejar de ser quien era, para no diluirme y no desaparecer. Me es difícil describir con exactitud esta percepción en la que, sin duda, mucha más participación y entidad que mis huesos es la de mi espíritu. Lo sé, lo intuyo. Es un estado de ánimo que parece emerger después de reunir y pegar mis fragmentos a los del entorno y nos hiciéramos un todo, incluido el color del día, que si bien amaneció con nubarrones oscuros y una chispa débil de luz, poco a poco ha ido derrotando hacia un gris plomizo, de ésos a los que la gente teme porque acaban por aplanarla y a lo largo del día agrandar el peso de la soledad.

Me gusta escuchar música descalza. Durante muchos años, y cuando he podido, de manera mecánica me he quitado los zapatos, ya que, al hacerlo, la música me proporciona una embriaguez pausada, como si me fuera penetrando por los pies un fluido que me acariciara las plantas y me ascendiera hasta conseguir arrellanarme confortablemente, como aflojada y ligera, sin trabas físicas ni de tipo alguno. Y ya ven, ha tenido que ser sin embargo hoy, después de tanto tiempo, y en estas circunstancias, cuando haya tenido que fijarme en este detalle y expresarlo al fin. De cualquier modo, y prestándole ya toda atención, me doy cuenta de que cuando rozo los pies contra la moqueta, sueltos y libres, es como si los sonidos acudieran con más vivacidad e iluminados, como si se interpusieran bajo mis pies y fraguaran una película de seda sumamente agradable, casi, casi, de tono embriagador.

Tal vez se trate de un estado de consciencia especial sobre el que me gustaría escribir algún día un poema – oh Dios de los posibles, dádmelo, siquiera – un poemita como los que hacía de niña, el cual intentaría plasmar en pocas, en muy pocas palabras y en muy pocas líneas, porque, estas cosas, de pronunciada esencia, quizá no sea la prosa el mejor vehículo para exponerlas y transmitirlas con tan honda precisión y fidelidad íntima.

¡ Me he quedado adormecida tan a gusto con las piernas en alto ! He soñado incluso. Aún me veo a la orilla de un río de aguas que pasan tranquilas pero repleto de peces muertos, vagabundos y en suspensión, mostrando la mayoría la parte blanca de sus vientres. A pesar de que no había violencia física y de que todo estaba en calma, el sueño me ha repelido. Me ha producido cierto desasosiego, un sesgo de inquietud. ¿ Podría tratarse de una premonición de acabamiento, de soledad...? ¿ No dicen que el agua y los sentimientos se relacionan… ? He sentido un temblor. Después de todo no, no me extrañaría que este escalofrío tan helado anunciara algo peor. Cualquiera sabe. Claro que, tal y como me encuentro en el ámbito del colegio, nada es imposible, absolutamente nada ¡ Mira que las cosas me han cambiado en él ! Antes, al menos, no es que me adoraran – porque las monjas no adoran a nadie – pero, vamos, había consideración, cierto respeto y daba todas las clases... Y, sobre todo, sentía latir el futuro... Qué barbaridad, Dios mío, qué barbaridad ¿ qué soy ahora…?

Me encuentro débil. Con la menor contrariedad me resiento. No en balde me hallo sometida al peligro que representa intentar eludir este aislamiento y soledad desconocidos. Por si acaso, quiero tomar las riendas escribiéndolo oteando su aparición, o sabiendo que están aquí, crudamente esperándome. Y no sólo porque estoy procurando examinar en el pasado y con él doblegar el futuro, sino porque, con el disfraz de la aparente comodidad del momento, existe un innato intento de evasión, de huir de este tipo de situaciones de dolor y dejarme vagar sin rumbo.

Sé muy bien que, en cuanto mujer, mi cuerpo se encuentra insatisfecho, que para manifestar su necesidad se expresa de mil formas y me induce y me lleva a determinadas posturas: me tira en el sofá, hacer que me abandone en él, que me tumbe con aires de perversión sobre la cama... Y sé que, cuando he salido y salgo a tomar el sol a la terraza, a la chita callando, me lleva y me arrastra, es él el que hace que esté ahí fuera más de la cuenta, fumando de forma meticulosa y estudiada, o corrigiendo como con descuido el albornoz, inopinadamente caído o excesivamente abierto. Y también sé que ahora, este análisis de lo que estoy diciendo es emocionalmente coherente con las apreciaciones que ya, otros días atrás, he venido recogiendo tanto acerca del chico que me mira desde la terraza de al lado como de su amigo, el negro. De ninguna manera son casualidades. Aún más, si he de sincerarme: sé que existe en mí una cierta vehemencia, noto cierta voluptuosidad cuando de forma incontinente mis muslos se aprietan uno contra el otro con excitación y que los pezones sobre todo, por qué no decirlo, se me levantan y recubren de una sensibilidad gozosa a la vez que exuberante. ¿ O no me ocurre así… ?

Yo creo que las mujeres sentimos con escrupulosa exactitud estas cosas, y que, aunque naturalmente las callemos y mantengamos a cubierto, ancestralmente solemos ocultárnoslas a nosotras mismas – cuestión imposible – a nuestra propia conciencia. Lo escribo y lo digo hoy no con arrebato ni descaro, pero sí con presunción lógica de un anhelo más, y, desde luego, posible para mí... (veladamente sé que me estoy preguntando si, de hecho, este anhelo, podría concretarse o no).

Como una colegiala me he quedado deleitándome, pensándolo mucho rato. Y después, tras removerme de acá para allá como si buscara una posición cómoda que me permitiera meditar acerca del tema sin frivolidad pero con nitidez – porque no hallaba forma adecuada – algo me advirtió que tuviera cuidado, que reflexionara, porque la presión ambiental y exceso de nervios buscan siempre desahogo, el cual, a menudo, suele desembocar en un simple acomodo de entrega sexual casi siempre y por demás ocasional y precipitada. Supe esto cuando me levanté hace apenas unos instantes para ir al servicio, al abrirme la bata y mirarme en el espejo. Esta confesión, puedo asegurárselo, no es fácil hacerla y asumirla. Razonar con el corazón supone detectar esta impresión íntima con claridad y estar pendiente, de aquí en delante, cómo y en qué dirección me va a bullir y a condicionar el sexo. No hace tanto, esto ni siquiera se me hubiera ocurrido haberlo pensado, muchísimo menos constatarlo y decirlo como mujer, aunque fuese en una simple nota de cuaderno.

Sin embargo creo que me estoy armando y que, a pesar de haber sido una panolis durante tantos años, ello no significa que haya sido una imberbe sexual, aunque sólo fuera como mero reflejo de Andrés, que él sí que fue escuela, de él sí que podría tomar orientaciones. Sí, creo que empiezo a estar preparada para afrontar alguna situación de este tipo que pudiera presentárseme.

Pero ya, y siguiendo mi orden del día para desarrollar, me atrevo a decir que, cuando Faulkner afirma que el hombre al final es el compendio de todas sus desgracias, no me queda más remedio que encontrarme frontalmente en desacuerdo con él. Confieso que semejante conclusión me resulta un poco banal, cuando menos incompleta o desafortunada. Pero a pesar de que puede parecer estúpido que yo intente revisar a Faulkner, aquí y ahora, rumiando en mis pocas ideas y en lo intrincado de estas notas, lo hago aunque sea un conejillo comiéndose una hojita de berza y mirando ciego a todas partes. No tiene importancia alguna esta digresión mía y descompensada debido a la ausencia del autor, naturalmente, digresión por otro lado puntual y nimia, no más. Por tanto, y aun respetando aquella visión que con carácter personal pudiera haber obtenido – él y su circunstancia – tampoco me parece menos cierto que el ser humano, de forma integral, se exprese no sólo en un compendio axiomático de desgracia, sino también con pulsiones, con finales de alegría. Porque elevar a la categoría absoluta de paradigma del hombre la desgracia sin reparación alguna, equivaldría a convertir al hombre y mujer en mero sistema reduccionista y cerrado en el que no podría tener lugar, ni emerger siquiera, la chispa existencial del bien. La vida no es, no es – respondo con afán – una propagación y exhibición uniforme de tristeza, sino de experiencia, de su acumulación.

Es verdad que la desgracia en sí misma, con sus innumerables secuelas de disfunción y dolor, produce quizá un caudal mayor de desengaño o decepción prácticos, pero también es indudable que aporta comprensión y conocimiento ¿ No es verdad acaso que existe, que hay un momento de belleza inexpresable tras el embate del dolor, cuando la desgracia ha consumado su crueldad, y que, como decía anteriormente, sin saber de dónde ni cómo, es capaz de conmover e iluminar aquello que dábamos por arruinado o perdido ? ¡ Que hablen quienes lo conozcan, que hablen ! ¿ Es que sabemos, hemos medido hasta qué punto este momento, esta alegría neta y súbita, esta lucecita da lugar y sentido, e incluso rumbo, a nuestra vida, o meramente la ampara ? ¿ es que lo sabemos ?

Afortunadamente, lejos van quedando los días de contraposiciones absolutas y rimbombantes en las que la buena fe se confundía en no pocas ocasiones con la más fina y destilada soberbia, cuando no de dogmatismo visceral y hasta sanguinario. No es el caso de Faulkner, claro. Pero, mismamente, me parece intuir que ni siquiera las matemáticas son mínimamente ciertas si introdujésemos varias dimensiones simultáneas y, con éste nuevo molde, intentáramos operar, imaginarnos y movernos dentro de nuestro mundo. Reivindico con mesura, desde luego, la función de la emoción feliz, reivindico un dedil de esperanza, me atrevo a reivindicar esa mota de serenidad placentera que en los momentos cruciales aparece y salva al ser de todas sus desgracias, atavismos y problemas. Eso es lo que reivindico frente a Faulkner, ese vislumbre de riqueza diferente, pero a la vez cierto del ser. Quizá – insisto y reconozco – no sea la persona más apta para un desencuentro formal, pero soy Regina como tú eres Martín o Isabel o Jon, y como el señor Faulkner fue William. Y, eso, aquí lo hago constar, lo reivindico y defiendo. Todos somos un valor exclusivo y único del total valor, por lo que nada empaña que, y en cuanto a estructura, radicalmente difiramos el señor Faulkner y yo.

Hace varios días que no me acerco a mi cuaderno. No he tenido la osadía suficiente para cogerlo, sentarme, y ponerme sobre él a garabatear, porque eso es lo que hago en realidad, garabatear. Soy muy ignorante en materia de narrar, de recoger y exponer con fidelidad acontecimientos, pero tácitamente he intuido siempre que las palabras, estos garabatos en sí mismos, como aproximadamente afirma <st1>la Cábala</st1>, deberían disponer de una entidad propia y determinada, con su propio vestido, estruendo y poder. Nunca me he detenido a recapacitar sobre este instrumento de uso tan sustancial en nuestra civilización, tan preciso por otro lado, ni tampoco por qué el evangelio de San Juan haya de comenzar diciendo en el principio era el Verbo... es decir, el sonido, con deseo expreso de subrayar sonido. Por tanto, recordando pues la existencia de delineaciones cabalísticas y pitagóricas, y aún caldeas, pero no exigiéndolas expresamente, digo que, retomando a vuela pluma el tema y desde un punto de vista puramente físico y matemático, y aun artístico y filosófico, es evidente que la configuración de una palabra, la que fuere, debiera ostentar toda una gama de aportes individuales que allí dentro, reunidos en ella y en común, construyéndola en definitiva, deberían dar como resultado un determinado efecto en función de condiciones determinadas ¿ Es que no tendría sentido, en consecuencia, y respondería, a una cuota-parte de corresponsabilidad, la suya, la de dicha palabra, en la interacción y articulación del mundo ? Así, y de este modo ¿ tendría el mismo sentido pronunciar vida que muerte y bien que mal ? ¿ Y no expresa la arquitectura misma de las letras, no sugiere probablemente dicha conformación matices asimismo diferentes porque obedezcan tal vez a estructuras - incluso tónicas - no homogéneas y, por ello, contribuyan con tareas diversas (medios) pero ciertas en el ámbito del valor total (fines) ? A primera vista, y en puridad, ello parece resultar de lógica asfixiante. Y, acaso, de semejante manera, y sin que ello permitiera caer en la mera y simplista numerología de calle, pudiera atribuírseles especificaciones a los números, más allá del mero valor cuantitativo con que los conocemos e interpretamos. Es posible – digo y tanteo – que Pitágoras no fuese un simple colega respecto a esta disertación y momento mío que, como cualquiera puede intuir, no es más que una minucia sumergida en el incuantificable y abstracto proceso de eternidad. Mejor del discurrir, como lo denominaría Leibniz, siempre del discurrir.

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Miguel Iervolino
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Mensaje sin leer por Miguel Iervolino »

Espléndido relato. Lo he leído con mucho interés y por supuesto que volveré a leerlo.
Mi enhorabuena.
Antonio Justel
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Mensaje sin leer por Antonio Justel »

Miguel Iervolino escribió:Espléndido relato. Lo he leído con mucho interés y por supuesto que volveré a leerlo.
Mi enhorabuena.



... Miguel, es un honor recibir mensaje tan gentil; mi agradecimiento, amigo; le envío un saludo; a. j.
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Julio Gonzalez Alonso
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re: Del diario de Regina-1

Mensaje sin leer por Julio Gonzalez Alonso »

Faulkner afirma que el hombre al final es el compendio de todas sus desgracias...

Gracias, Antonio, por la oportunidad de tu relato.
Salud
Antonio Justel
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Re: re: Del diario de Regina-1

Mensaje sin leer por Antonio Justel »

Julio González Alonso escribió:Faulkner afirma que el hombre al final es el compendio de todas sus desgracias...

Gracias, Antonio, por la oportunidad de tu relato.
Salud




... Julio, amigo, estamos junto a tu tierra, Vecilla de la Polvorosa, en mi entrañable aldea Zamorana de nacimiento y entre ríos y arbolado, bajo noches irsutas de estrellas y un aire inmensamente transparente y limpio; cierto lo que afirmas del señor Faulkner, cierto, pero creo que debemos contemplar también el aspecto positivo porque éste nunca - al igual que el negativo de las desgracias - queda fuera de cómputo; y es que a veces una alegría salva toda una vida porque redime todo ¿ no te parece...?; mi agradecimiento y afecto, compañero; salud; Antonio
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Patricio Robledo
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Mensaje sin leer por Patricio Robledo »

Un relato magníficamente escrito, con pasajes memorables, lo he disfrutado. Aplausos, Antonio.
Antonio Justel
Mensajes: 3077
Registrado: Dom, 13 Abr 2008 17:46
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Mensaje sin leer por Antonio Justel »

.... Patricio Robledo, amigo, mi agradecimiento por tu amabilidad y cortesía de lector; con afecto; Orión
"... nunca se da de lo que se tiene, sino de lo que se es".
Nadia Conde
Mensajes: 154
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Encantada de leer tu bellísimo relato, Antonio. Mis felicitaciones por tan amena lectura.
Un saludo.
Antonio Justel
Mensajes: 3077
Registrado: Dom, 13 Abr 2008 17:46
Ubicación: Vecilla de la Polvorosa (Zamora) y Castro Urdiales (Cantabria)

Mensaje sin leer por Antonio Justel »

... hola, Nadia Conde, amiga, no, no es mucho, aunque uno procura hacer lo que buenamente puede; pero te agradezco en todo su valor este bello mensaje que me has hecho llegar; con afecto; Orión
"... nunca se da de lo que se tiene, sino de lo que se es".
Teresa Ulloa
Mensajes: 149
Registrado: Lun, 26 Jul 2010 7:03
Ubicación: E.E.U.U.

Mensaje sin leer por Teresa Ulloa »

Antonio, qué preciosidad, tu relato es magnífico, lo he disfrutado.
Un afectuoso saludo.
Antonio Justel
Mensajes: 3077
Registrado: Dom, 13 Abr 2008 17:46
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Mensaje sin leer por Antonio Justel »

Teresa Ulloa escribió:Antonio, qué preciosidad, tu relato es magnífico, lo he disfrutado.
Un afectuoso saludo.




... es estimulante sin duda recibir tus amables palabras, Teresa; gracias, amiga; yo te envío mi afecto; Orión
"... nunca se da de lo que se tiene, sino de lo que se es".
Hallie Hernández Alfaro
Mensajes: 19451
Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Arriba con la excelencia.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

El faro, Ramón Carballal
Antonio Justel
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Registrado: Dom, 13 Abr 2008 17:46
Ubicación: Vecilla de la Polvorosa (Zamora) y Castro Urdiales (Cantabria)

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Mensaje sin leer por Antonio Justel »

Hallie Hernández Alfaro escribió:Arriba con la excelencia.



... bueno, Hallie, casi se me había olvidado mi querida amiga Regina; (no me lo creerás, pero a veces, mentalmente, compongo de seguido prosa con el estilo que creo que debería hacerlo..., pero no lo hago)Pronto estaré ahí leyendo y comentando, muy pronto; mi saludo, estimada amiga; Orión
"... nunca se da de lo que se tiene, sino de lo que se es".
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