el sueño eterno
Publicado: Sab, 16 Feb 2008 8:49
Apenas la luz irrumpe,
naces como un sueño eterno;
amaneces, simplemente,
altos la frente y el pelo,
alta la nube gloriosa
que te perfuma de lejos.
Caes una vez, te levantas
y vuelta a caer del cielo,
desconocida y terrible,
como una estrella sin pecho,
como una región profana,
una religión del pueblo,
una invasión de colores
sobrecogidos de negro.
...
Apenas la luz revienta
tinieblas y recovecos,
surges plegando las alas
y desplegando los huesos,
discípula de la luna,
pero maestra del suelo,
alumna desesperada
del cósmico mandamiento,
profesora de tormentas,
catedrática de truenos,
aprendiz de corazones
tiernos como el mío tierno.
Doctora en desesperanzas,
diplomada en darme celos,
en tu paso religiosa
y acrobática en tu vuelo,
dormida en sendos laureles,
embiagada de luceros,
discreta en tu fantasía,
fantástica en tu discreto
revolucionar el mundo
a partir del pensamiento.
Ardes de pura en tus piernas
y en tus agujas de hielo,
terso horizonte que hubiera
remontado el firmamento.
A trancas con el vestido
y a barrancos con el tiempo,
¡cuerpo de seda impalpable,
línea de consentimiento!
(menos debida a los ojos,
que son vida de un momento,
que a la fanática gracia
que te circula por dentro).
...
Nervios levantando olas
de agradecido silencio,
olas izando estandartes
sobre huracanes de miedo.
Labios que quieren ser labios
sólo en la parte del beso,
ajenos a las palabras,
privados de buen consejo,
cercenados de delirio,
al tedio, llevados presos.
Labios de menta y canela
rosas de tímido injerto,
aceitunados de fresa,
de ceniza, cenicientos;
labios que son precipicios
por donde se caen los versos
y los besos se suicidan
y las palabras son ecos.
...
(Ojos que comen aparte,
manos que pierden el vuelo,
antebrazos, brazos, hombros
caídos y contrahechos,
cuerpo que me dice hombre,
alma que me dice muerto,
voces que no dicen nada
que desconozca el recuerdo.
Ojos que evitan tu rostro
como si fuera el infierno.
¡No saben nada los ojos
que han visto a Dios en su reino!).
...
Manos que a fuer de inocentes
perdieron tacto y perdieron
el vuelo zigzagueante
y el que depende del viento,
la delicada caricia
que viene a decir te quiero
y la que dice te amo
y viene a decir lo siento.
Manos de fuerza inaudita,
dedos que doblan el hierro,
nudillos demoledores,
palmas que dibujan fuego.
Manos henchidas de sangre,
desorbitadas de aliento,
que a fuer de ser mariposas
son hachas que dicen ¡hiero!
y hieren porque las hachas
carecen de sentimientos.
...
Piernas de mármol tallado
-¡piedras en mis hondos versos!-
coleccionistas de espacio,
autodidactas del cuerpo,
ebrias de sangre caliente
y sortilegio moreno,
abanicadas de curvas
desde los muslos completos
a las plantas tropicales
y los decimales dedos.
Rectas en su caminar,
-que no puede ser más recto-
desafiando las leyes
que rigen el movimiento,
gráciles, firmes, esbeltas,
prietas de músculos nuevos,
propietarias de su rumbo
por vergeles y desiertos,
por valles y cordilleras,
por paraísos e infiernos.
Piernas por antonomasia,
gacelas de altivo cuello,
enérgicas en su encanto,
lánguidas en su misterio,
derivadas de la lumbre
sagrada de los portentos,
desnudas bajo la falda
y casi bajo el sombrero,
pero vestidas de rojo
luego de piel para adentro.
Descritas para saberse
vistas por ojos de ciego,
definidas en su altura,
divididas en su centro...
...
¡Qué cerca estoy de nombrarte
y cómo me cuesta hacerlo!,
pues te venero por diosa
cuando por mujer te quiero,
y si de rosa te trato
sé que con tal tratamiento
desmerezco la hermosura
de un mechón de tu cabello.
Cómo me cuesta vestirme
de lobo siendo cordero,
sin fauces para morder
ni voz para rugir fiero,
sólo con un par de labios
para predicarte el verbo,
con esta lengua de esparto
inclinada hacia el lamento
y esta manera de hablarte
callando más que diciendo.
¡Qué cerca estoy de quererte
con un corazón de acero!
-égida de hielo fuerte
forrada de crudo invierno-,
de los que no se derrumban
al primer abatimiento,
de los que laten con férrea
disposición al tormento,
incluso bajo la noche
rotunda del cementerio,
y vuelan haciendo eses,
buitres en pluma de cuervos.
Un corazón con cadenas,
aterido, helado, gélido,
un témpano colosal
flotando en medio del pecho.
naces como un sueño eterno;
amaneces, simplemente,
altos la frente y el pelo,
alta la nube gloriosa
que te perfuma de lejos.
Caes una vez, te levantas
y vuelta a caer del cielo,
desconocida y terrible,
como una estrella sin pecho,
como una región profana,
una religión del pueblo,
una invasión de colores
sobrecogidos de negro.
...
Apenas la luz revienta
tinieblas y recovecos,
surges plegando las alas
y desplegando los huesos,
discípula de la luna,
pero maestra del suelo,
alumna desesperada
del cósmico mandamiento,
profesora de tormentas,
catedrática de truenos,
aprendiz de corazones
tiernos como el mío tierno.
Doctora en desesperanzas,
diplomada en darme celos,
en tu paso religiosa
y acrobática en tu vuelo,
dormida en sendos laureles,
embiagada de luceros,
discreta en tu fantasía,
fantástica en tu discreto
revolucionar el mundo
a partir del pensamiento.
Ardes de pura en tus piernas
y en tus agujas de hielo,
terso horizonte que hubiera
remontado el firmamento.
A trancas con el vestido
y a barrancos con el tiempo,
¡cuerpo de seda impalpable,
línea de consentimiento!
(menos debida a los ojos,
que son vida de un momento,
que a la fanática gracia
que te circula por dentro).
...
Nervios levantando olas
de agradecido silencio,
olas izando estandartes
sobre huracanes de miedo.
Labios que quieren ser labios
sólo en la parte del beso,
ajenos a las palabras,
privados de buen consejo,
cercenados de delirio,
al tedio, llevados presos.
Labios de menta y canela
rosas de tímido injerto,
aceitunados de fresa,
de ceniza, cenicientos;
labios que son precipicios
por donde se caen los versos
y los besos se suicidan
y las palabras son ecos.
...
(Ojos que comen aparte,
manos que pierden el vuelo,
antebrazos, brazos, hombros
caídos y contrahechos,
cuerpo que me dice hombre,
alma que me dice muerto,
voces que no dicen nada
que desconozca el recuerdo.
Ojos que evitan tu rostro
como si fuera el infierno.
¡No saben nada los ojos
que han visto a Dios en su reino!).
...
Manos que a fuer de inocentes
perdieron tacto y perdieron
el vuelo zigzagueante
y el que depende del viento,
la delicada caricia
que viene a decir te quiero
y la que dice te amo
y viene a decir lo siento.
Manos de fuerza inaudita,
dedos que doblan el hierro,
nudillos demoledores,
palmas que dibujan fuego.
Manos henchidas de sangre,
desorbitadas de aliento,
que a fuer de ser mariposas
son hachas que dicen ¡hiero!
y hieren porque las hachas
carecen de sentimientos.
...
Piernas de mármol tallado
-¡piedras en mis hondos versos!-
coleccionistas de espacio,
autodidactas del cuerpo,
ebrias de sangre caliente
y sortilegio moreno,
abanicadas de curvas
desde los muslos completos
a las plantas tropicales
y los decimales dedos.
Rectas en su caminar,
-que no puede ser más recto-
desafiando las leyes
que rigen el movimiento,
gráciles, firmes, esbeltas,
prietas de músculos nuevos,
propietarias de su rumbo
por vergeles y desiertos,
por valles y cordilleras,
por paraísos e infiernos.
Piernas por antonomasia,
gacelas de altivo cuello,
enérgicas en su encanto,
lánguidas en su misterio,
derivadas de la lumbre
sagrada de los portentos,
desnudas bajo la falda
y casi bajo el sombrero,
pero vestidas de rojo
luego de piel para adentro.
Descritas para saberse
vistas por ojos de ciego,
definidas en su altura,
divididas en su centro...
...
¡Qué cerca estoy de nombrarte
y cómo me cuesta hacerlo!,
pues te venero por diosa
cuando por mujer te quiero,
y si de rosa te trato
sé que con tal tratamiento
desmerezco la hermosura
de un mechón de tu cabello.
Cómo me cuesta vestirme
de lobo siendo cordero,
sin fauces para morder
ni voz para rugir fiero,
sólo con un par de labios
para predicarte el verbo,
con esta lengua de esparto
inclinada hacia el lamento
y esta manera de hablarte
callando más que diciendo.
¡Qué cerca estoy de quererte
con un corazón de acero!
-égida de hielo fuerte
forrada de crudo invierno-,
de los que no se derrumban
al primer abatimiento,
de los que laten con férrea
disposición al tormento,
incluso bajo la noche
rotunda del cementerio,
y vuelan haciendo eses,
buitres en pluma de cuervos.
Un corazón con cadenas,
aterido, helado, gélido,
un témpano colosal
flotando en medio del pecho.