abarcan sus tacones, la eternidad del sólo.
Preámbulo de tímidas gerberas
ajustan a sus muslos un nylon transparente,
y dejan resbalar la lluvia de los dedos,
el beso entumecido de algún mendigo roto,
la lengua que subyuga la sal y el sol del púbis...
.... amaneciendo en partos y alboradas.
Porque tiemblan las piernas de la noche,
si la palabra aguarda,
eterna resurrección que anhela ser dardo,
piedra o simple aullido de ciervoroca,
entre sus piernas.
(¿ Por qué siempre me parece que la noche tiene unas piernas y encima, tremendamente acogedoras? No lo sé, pero me han inspirado este poema en hoy, veintiuno de un Mayo temblón y frívolo en este Alicante de dos mil diez)
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