Vacas.
Ya marchan uncidas al carro de la mañana
con sus mansos ojos, aljófares de miradas sin ira,
anudadas astas al yugo, baja la testuz,
pegada a la tierra rociada del camino
la fuerza musculosa de sus patas.
Ya despliegan sus mugidos lentos como cantos
graves. Volverán envueltas en la tarde
con el alma cargada de hierba y de cansancio
a mirarse en el agua aquietada de los pilones
y hundir los belfos en su fresca y húmeda promesa;
luego la noche,
la larga compañía del silencio de las cuadras.
Julio G. Alonso

