Re: Culpables de inocencia
Publicado: Jue, 22 Oct 2015 5:20
Interesante poema Rafel.
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...........................................Óscar Distéfano escribió:Vuelvo a este invaluable post para disfrutar una vez más de tu excelente poema; y, prioritariamente, para tomar nota de tu interesantísima respuesta a mi comentario, y agradecerte la deferencia. Dices cosas muy valiosas en ella, para los que no nos cansamos nunca de aprender en este ámbito de la poesía. Lo copio.
Un abrazo grande, compañero.
Óscar
Rafel, no sé por qué razón no había leído este poema intenso, doloroso y bellisimo del que , hoy, dejo la primera y la última estrofa pero hay que leero todo para disfrutarlo completamente.Rafel Calle escribió:
El derecho de amar aún les pertenece,
porque en vez de amor tuvieron sucedáneos
de escasas dimensiones
e incomprensibles apaños
como desdichadas soluciones
en las cosas sensoriales.
Los dos: de inocentes se trata, cuando hablamos de velas henchidas,
la decoración del alma, el gusto por los aromas audaces,
intensamente mediterráneos, o vientres preñados
de palabras que son entrañables silbidos
en los almanaques de invierno
que fechan la fusión del afecto y la libido.
"Los dos: de inocentes se trata, cuando hablamos de velas henchidas,Rafel Calle escribió:El derecho de amar aún les pertenece,
porque en vez de amor tuvieron sucedáneos
de escasas dimensiones
e incomprensibles apaños
como desdichadas soluciones
en las cosas sensoriales.
Y ahora no saben cómo desgranar el suceso que les une,
no saben si se trata de simiente de cariño o cariño primordial
o si vuelven del futuro para engendrar un delirio
de carácter pedigüeño,
en ellos tan casual como la descomposición de los sentidos
cuando todo parece levedad en la memoria
de lo vivido en su fase marital.
Ella es un diseño emocional a cartabón y escuadra,
que propone la estética de los dones marinos,
a la vez que dibuja maneras revoltosas,
quizá como energía de los impulsos cansados
o, sencillamente, desconocidos.
En el sol de su cara las arrugas son mimos
cálidos, retadores; son tatuajes y odiseas
de Ulises y Penélope al límite de todos lo sentidos.
Él toma la feminidad y la medición de su cintura
con un largo deseo, por tentar la sentina
de su faz marinera,
y quisiera hablarle de ciertas incursiones
en los dominios de la edad urgente,
todo al margen, claro está, de los malentendidos
que surgen de mezclar lo sugerente
de la ternura y los recuerdos del amor
en estado vegetativo.
Y ella es un pecho de luz y evocación de retos,
que amamanta los rumbos de una vela que gime
en un mar de pezones instintivos.
Mástil en la pasión de las mareas,
brújula en el temblor de los velámenes
y, al final, un tránsito de inocencia
si hubiese una pareja convertida en un río.
Y él, se quiere referir a conclusiones de la voluntad
opuesta al escalofrío, de rarezas
inhóspitas y constantes temblores
en los cuerpos hallados sin abrigo,
inesperadamente, pecados
sin rubores,
algo así como el alba de los mitos
sensuales que siempre fueron fugitivos
de sí mismos.
Los dos: de inocentes se trata, cuando hablamos de velas henchidas,
la decoración del alma, el gusto por los aromas audaces,
intensamente mediterráneos, o vientres preñados
de palabras que son entrañables silbidos
en los almanaques de invierno
que fechan la fusión del afecto y la libido.
Rafel Calle escribió:El derecho de amar aún les pertenece,
porque en vez de amor tuvieron sucedáneos
de escasas dimensiones
e incomprensibles apaños
como desdichadas soluciones
en las cosas sensoriales.
Y ahora no saben cómo desgranar el suceso que les une,
no saben si se trata de simiente de cariño o cariño primordial
o si vuelven del futuro para engendrar un delirio
de carácter pedigüeño,
en ellos tan casual como la descomposición de los sentidos
cuando todo parece levedad en la memoria
de lo vivido en su fase marital.
Ella es un diseño emocional a cartabón y escuadra,
que propone la estética de los dones marinos,
a la vez que dibuja maneras revoltosas,
quizá como energía de los impulsos cansados
o, sencillamente, desconocidos.
En el sol de su cara las arrugas son mimos
cálidos, retadores; son tatuajes y odiseas
de Ulises y Penélope al límite de todos lo sentidos.
Él toma la feminidad y la medición de su cintura
con un largo deseo, por tentar la sentina
de su faz marinera,
y quisiera hablarle de ciertas incursiones
en los dominios de la edad urgente,
todo al margen, claro está, de los malentendidos
que surgen de mezclar lo sugerente
de la ternura y los recuerdos del amor
en estado vegetativo.
Y ella es un pecho de luz y evocación de retos,
que amamanta los rumbos de una vela que gime
en un mar de pezones instintivos.
Mástil en la pasión de las mareas,
brújula en el temblor de los velámenes
y, al final, un tránsito de inocencia
si hubiese una pareja convertida en un río.
Y él, se quiere referir a conclusiones de la voluntad
opuesta al escalofrío, de rarezas
inhóspitas y constantes temblores
en los cuerpos hallados sin abrigo,
inesperadamente, pecados
sin rubores,
algo así como el alba de los mitos
sensuales que siempre fueron fugitivos
de sí mismos.
Los dos: de inocentes se trata, cuando hablamos de velas henchidas,
la decoración del alma, el gusto por los aromas audaces,
intensamente mediterráneos, o vientres preñados
de palabras que son entrañables silbidos
en los almanaques de invierno
que fechan la fusión del afecto y la libido.