Re: Cada noche persigo al fantasma que fuiste
Publicado: Dom, 07 Dic 2025 18:00
Cada noche persigo al fantasma que fuiste pertenece a esa categoría extraña de poemas donde la memoria y la liturgia íntima forman un mismo cauce. Desde sus primeros versos, “Cada noche persigo al fantasma que fuiste” confirma lo que muchos sabemos desde hace años: Ramón Carballal Durán no escribe, invoca. Su lenguaje no se acomoda al realismo ni al sentimentalismo directo, sino que busca esa zona intermedia —tan suya— en la cual los tropos laten como si hubieran estado siempre ahí, esperando a que alguien los pronunciara.
En este poema hay una delicada arquitectura emocional sostenida por imágenes que funcionan como puertas giratorias: cada una abre hacia un estado de conciencia distinto. Ese “abril místico”, “las líneas de nieve”, “el carámbano” o “la perla luminosa” no son ornamentos; son claves de acceso a un territorio que mezcla revelación y duelo, deseo y pérdida. Ramón avanza así, a media luz, por el mismo terreno que ha cultivado durante años: una erótica de la ausencia, una indagación en aquello que el tiempo no acaba de borrar porque aún nos busca.
Su voz aquí es plenamente reconocible: esa cadencia que parece respirar en notas largas, esa manera de sostener una imagen hasta que se abre en dos o tres significados distintos. Hay un diálogo subterráneo entre lo sensual y lo espectral —“los pechos hablaban tras el color sin sombra del edén”— que solo él sabe conducir sin caer en la afectación. Lo onírico no se desborda, se insinúa. Lo emocional no se expone, se filtra entre un simbolismo que actúa como un espejo roto.
El poema, en el fondo, es una persecución. Un intento de reconstruir la figura amada a partir de restos luminosos: las plazas, los cines, los bares de arrabal, los libros de segunda mano… Lugares que, en manos de otro poeta, serían simples escenarios urbanos, en Ramón Carballal son estaciones de un rito, puntos de una geografía íntima donde la memoria prueba suerte, sabiendo que ya no encontrará el cuerpo, pero quizá sí su temblor.
Y cuando el poema pregunta —“¿En qué latitud hallaré tu casa?”— no busca una dirección sino una verdad emocional: ese sitio donde, por un instante, el pasado y el presente dejan de pelearse. La respuesta nunca llega, por supuesto. Y ahí está la hondura del poema: un reconocimiento de que el amor, cuando se deshace, sigue arrojando señales, pero ninguna conduce exactamente al origen.
En conjunto, como no podía ser de otra manera, es un poema plenamente carballaliano: denso y transparente a la vez, sostenido por una imaginería que no imita nada porque procede de una voz muy personal, trabajada durante varias décadas o más.
En fin, estamos ante una muestra, una más de tantas y tantas, de que Ramón continúa siendo uno de los pilares del neosimbolismo de Alaire, capaz de convertir una elegía amorosa en un territorio de revelaciones.
Vaya mi enhorabuena junto a un fuerte abrazo, compañero.
En este poema hay una delicada arquitectura emocional sostenida por imágenes que funcionan como puertas giratorias: cada una abre hacia un estado de conciencia distinto. Ese “abril místico”, “las líneas de nieve”, “el carámbano” o “la perla luminosa” no son ornamentos; son claves de acceso a un territorio que mezcla revelación y duelo, deseo y pérdida. Ramón avanza así, a media luz, por el mismo terreno que ha cultivado durante años: una erótica de la ausencia, una indagación en aquello que el tiempo no acaba de borrar porque aún nos busca.
Su voz aquí es plenamente reconocible: esa cadencia que parece respirar en notas largas, esa manera de sostener una imagen hasta que se abre en dos o tres significados distintos. Hay un diálogo subterráneo entre lo sensual y lo espectral —“los pechos hablaban tras el color sin sombra del edén”— que solo él sabe conducir sin caer en la afectación. Lo onírico no se desborda, se insinúa. Lo emocional no se expone, se filtra entre un simbolismo que actúa como un espejo roto.
El poema, en el fondo, es una persecución. Un intento de reconstruir la figura amada a partir de restos luminosos: las plazas, los cines, los bares de arrabal, los libros de segunda mano… Lugares que, en manos de otro poeta, serían simples escenarios urbanos, en Ramón Carballal son estaciones de un rito, puntos de una geografía íntima donde la memoria prueba suerte, sabiendo que ya no encontrará el cuerpo, pero quizá sí su temblor.
Y cuando el poema pregunta —“¿En qué latitud hallaré tu casa?”— no busca una dirección sino una verdad emocional: ese sitio donde, por un instante, el pasado y el presente dejan de pelearse. La respuesta nunca llega, por supuesto. Y ahí está la hondura del poema: un reconocimiento de que el amor, cuando se deshace, sigue arrojando señales, pero ninguna conduce exactamente al origen.
En conjunto, como no podía ser de otra manera, es un poema plenamente carballaliano: denso y transparente a la vez, sostenido por una imaginería que no imita nada porque procede de una voz muy personal, trabajada durante varias décadas o más.
En fin, estamos ante una muestra, una más de tantas y tantas, de que Ramón continúa siendo uno de los pilares del neosimbolismo de Alaire, capaz de convertir una elegía amorosa en un territorio de revelaciones.
Vaya mi enhorabuena junto a un fuerte abrazo, compañero.