Editorial Alaire

Me pellizco el ombligo, zurea, la paloma
desciende a la cornisa. Con mis dedos estiro
la luz desde el ombligo, desbarato la antena
que transmite frecuencias del color en imagen.

El ombligo en mis manos impregna la pantalla
con la sangre del tiempo que atraviesa mi frente;
al cabo se deshace, perdido en avenidas,
decolora las pieles donde veo borroso.

El temor sin consuelo levanta el edificio,
desprovisto de un cuerpo visible me señala
por años transcurridos sin retorno a la vida.

Tocando el imposible nombrándome a mí, mientras
borroso veo sombras quietas en la ventana.
Al fin me alejo solo bordando los pañuelos.
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Todo un placer asistir a este ejercicio estilístico de primer orden, amigo Raúl, a base de alejandrinos, con encabalgamientos muy reseñables y envuelto en un simbolismo que, obviamente, precisa de una lectura reposada y profunda.
Ay, compañero, precisamente los reproches autoinflingidos son una excusa perfecta para practicar el neosimbolismo que a mí me gusta mostrar.
Te felicito y te envío un fuerte abrazo.

Gracias Rafael. Me alegra que te resulte interesante el poema, en su forma de expresión y el simbolismo que lo envuelve. Sí, suele ser propicio a la indagación en uno mismo, en la estructuración de lo simbólico, la indagación más afilada, porque más punza; suele ser la que nos pone en evidencia o nos desnuda por completo.

Un abrazo, amigo.