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Rafel Calle escribió: ↑Dom, 19 Dic 2021 20:18
Un bello y muy ingenioso trabajo, amiga Ana, que cuenta con pasajes muy divertidos y bastante, digamos, traviesos. Está claro, esa imaginación tuya da para un buen "banquete", como bien demuestra la cantidad de "miga" de tu poema&cuento.
Felicidades, compañera.
Abrazos.
Me he reído con algunos de los versos y las situaciones. Si es que los dioses deben estar locos y su locura tiene que ser, por fuerza, contagiosa.
¿Te imaginas un partido de fútbol interminable por falta de pito? o ¿Unos pingüinos que piensan en un futuro lleno de diversión?
Cosas que se la ocurren a una.
Gracias por tus palabras.
Un abrazo.
Ana García escribió: ↑Mié, 15 Dic 2021 21:20Singular
Érase una vez un pueblo tan descompensado
que tenía un camposanto
—mas carecía de muertos—.
Los aldeanos eran reacios a morirse.
¿Tal vez porque morirse provoca angustia?
¿O quizás porque aquella era su tierra?
Tal vez
—no vamos a negarlo—
porque el Creador no tenía motivos suficientes
para sembrar de:
viudos,
desamparados,
creyentes sin fe,
parvularios maduros,
cuerdos sin cura y
vengativos sin enemigo,
su pedazo de vida.
Era un pueblo singular. Tal vez por eso era solo un pueblo y no dos.
En pocas décadas,
el pueblo se convirtió en la creación divina
con mayor número de visitantes.
Dios comenzó a preocuparse,
dios se iba desesperando,
¡dios no sabía qué hacer!
Se hizo interminable
En pleno siglo XXX descubrir
veinte esqueletos persiguiendo
un espelujado balón tenía su miga.
Interrogados, los esqueletos del pueblo,
dijeron haber perdido la cuenta
de los tantos marcados
con el correr de los siglos.
Ligeros recuerdos de un creador diciendo:
¡Que alguien pite el final!
¡Que alguien pite el final!
¡He perdido mi silbato!
Pingüinos
A bordo de su iceberg
observaron cómo se hundía
el arca.
Aplaudieron, maravillados,
por el espectáculo:
—Mira que hundirse por una tontería.
—Seguro que nos han llenado el océano
De patatas y coca colas.
Para el escarnio de los vecinos, Dios acabó abandonando el pueblo y se buscó alojamiento en el techo del mundo. Encendió la luz, miró al tejado y se quedó mudo de espanto: en la cúpula de cementerio se recortaban las huellas de alguien que al parecer había sacado de paseo a un fantasmal pingüino con su pelota espelujada.
Mil gracias Ana, por tu creatividad e imaginación desbordante que me ha hecho pasar un buen rato.
Felicidades y un abrazo.
No, no, Marisa, gracias a ti por tu lectura y comentario. No sabes lo que me alegra saber que disfrutaste con el poema.
Un abrazo.