Publicado: Jue, 04 Jun 2015 17:47
Muy bello poma de Raul.
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Marius Gabureanu escribió:Todo eso lo que evocas, amigo Raúl, las potentes imágenes que sitúan el poema en un marco surrealista, y elegir los colores de la decadencia, le confiere al poema un aire inmortal. Me ha encantado, amigo. Recibe mis abrazos sinceros y felicitaciones.
Hubo un tiempo en que los hipopótamos me sonreían,
se zambullían en los ojos y salpicaban mis pantalones;
un tiempo en el que mi madre freía huevos al aire libre
y mi padre relamía el televisor con la luz apagada - es una estrofa maravillosa.
Begoña Egüen escribió:¡ Impresionante, poema, colmado de metáforas, bellamente expresadas. Te felicito.Raul Muñoz escribió:Una perturbadora persona de cabellos rojos
viene cada noche a la cabecera de mi cama:
llora sobre mis manos ventiscas de otros amaneceres,
cuando recogíamos laureles
y las madres roían vigas de acero naranjas.
Hubo un tiempo en que los hipopótamos me sonreían,
se zambullían en los ojos y salpicaban mis pantalones;
un tiempo en el que mi madre freía huevos al aire libre
y mi padre relamía el televisor con la luz apagada.
Tiempos de blanco y negro, y correrías por el metro.
En los túneles cantaba mecano y encendíamos mecheros.
Y un cazador de sombras, con disgusto, miraba al escenario;
se arrancaba los dientes porque no prendían las canciones ñoñas de amor.
Volvía a mi casa, apesadumbrado por la música,
allí abría mi colección de mariposas y saltamontes;
los veía muy quietos y atravesados por dulces agujas de alfiler.
Brillaban mis ojos tras su regreso a la vida apacible,
llegaba a mi lengua de nata el aliento de la tierra mojada.
Pero, en la cocina, otra vez freían los aros de cebolla,
si seguíamos así acabaríamos por reventar.
No tuve más remedio, que introducir mis manos en el aceite hirviendo,
y ofrecer algo más de alimento a un mundo hambriento y voraz.
Y tampoco me arrepiento, ahora que mis manos arden en el infierno
y sujetan por el cuello al diablo.
Sólo siento lástima por un niño chamuscado,
que cada noche orina en el infierno
y pinta sus dibujos con dos plastidecores:
uno de color rojo y otro amarillo.
Un abrazo.
BEGOÑA.
F. Enrique escribió: Me ha gustado mucho el poema, Raúl, cada vez te veo más entonado, se me viene a la mente aquella excelente Carta al padre. La niñez y un mundo distinto se deshacen en un mundo surrealista que no puede ocultar una verdad que duele.
Un abrazo.
Ventura Morón escribió:Amigo Raúl, me ha gustado mucho el poema. Dentro de tu camino, que tenemos la suerte de compartir, atisbo los elementos y las formas que vienen a poblar tus versos de forma recurrente. Ese reconocimiento de tus obras, es ya en si mismo, el encontrar una voz reconocible, una voz que evoluciona a un ritmo y en una dirección espléndidos.
La niñez no es tan inocente, la visión adulta tizna los recuerdos, agolpa una sangre mancillada en unos ojos tiernos que no saben de lluvia, pero que se pasean por el averno en plena tormenta.
Muy sugerente el lenguaje, las imágenes, en conjunto, una obra que me ha encantado en toda su extensión y profundidad.
Un abrazo querido amigo
Rafel Calle escribió:Muy bello poma de Raul.
Raul Muñoz escribió:Una perturbadora persona de cabellos rojos
viene cada noche a la cabecera de mi cama:
llora sobre mis manos ventiscas de otros amaneceres,
cuando recogíamos laureles
y las madres roían vigas de acero naranjas.
Hubo un tiempo en que los hipopótamos me sonreían,
se zambullían en los ojos y salpicaban mis pantalones;
un tiempo en el que mi madre freía huevos al aire libre
y mi padre relamía el televisor con la luz apagada.
Tiempos de blanco y negro, y correrías por el metro.
En los túneles cantaba mecano y encendíamos mecheros.
Y un cazador de sombras, con disgusto, miraba al escenario;
se arrancaba los dientes porque no prendían las canciones ñoñas de amor.
Volvía a mi casa, apesadumbrado por la música,
allí abría mi colección de mariposas y saltamontes;
los veía muy quietos y atravesados por dulces agujas de alfiler.
Brillaban mis ojos tras su regreso a la vida apacible,
llegaba a mi lengua de nata el aliento de la tierra mojada.
Pero, en la cocina, otra vez freían los aros de cebolla,
si seguíamos así acabaríamos por reventar.
No tuve más remedio, que introducir mis manos en el aceite hirviendo,
y ofrecer algo más de alimento a un mundo hambriento y voraz.
Y tampoco me arrepiento, ahora que mis manos arden en el infierno
y sujetan por el cuello al diablo.
Sólo siento lástima por un niño chamuscado,
que cada noche orina en el infierno
y pinta sus dibujos con dos plastidecores:
uno de color rojo y otro amarillo.
Josefa A. Sánchez escribió:La infancia y su caleidoscopio de momentos tiñendo de colores el presente. Me ha gustado tu poema.
Un abrazo.
Pepa
Lunamar Solano escribió:Intensas imágenes que desnudan los instantes sensibles de la memoria...
Muy grato leerte amigo...te abrazo con todo mi cariño...
Nancy
E. R. Aristy escribió:Raul Muñoz escribió:Una perturbadora persona de cabellos rojos
viene cada noche a la cabecera de mi cama:
llora sobre mis manos ventiscas de otros amaneceres,
cuando recogíamos laureles
y las madres roían vigas de acero naranjas.
Hubo un tiempo en que los hipopótamos me sonreían,
se zambullían en los ojos y salpicaban mis pantalones;
un tiempo en el que mi madre freía huevos al aire libre
y mi padre relamía el televisor con la luz apagada.
Tiempos de blanco y negro, y correrías por el metro.
En los túneles cantaba mecano y encendíamos mecheros.
Y un cazador de sombras, con disgusto, miraba al escenario;
se arrancaba los dientes porque no prendían las canciones ñoñas de amor.
Volvía a mi casa, apesadumbrado por la música,
allí abría mi colección de mariposas y saltamontes;
los veía muy quietos y atravesados por dulces agujas de alfiler.
Brillaban mis ojos tras su regreso a la vida apacible,
llegaba a mi lengua de nata el aliento de la tierra mojada.
Pero, en la cocina, otra vez freían los aros de cebolla,
si seguíamos así acabaríamos por reventar.
No tuve más remedio, que introducir mis manos en el aceite hirviendo,
y ofrecer algo más de alimento a un mundo hambriento y voraz.
Y tampoco me arrepiento, ahora que mis manos arden en el infierno
y sujetan por el cuello al diablo.
Sólo siento lástima por un niño chamuscado,
que cada noche orina en el infierno
y pinta sus dibujos con dos plastidecores:
uno de color rojo y otro amarillo.
Las imágenes surreales de este magnifico poema es impactante, quema como el aceite caliente en esas manos. Colores de gran simbología, Raúl, ese amarillo es la gran decadencia del entorno. ¿La ictericia de una causa oculta en el padecimiento de todos?, te felicito, sigo impresionada de tu intensidad poética. ERA