EL HERMANO BENITO

[Juan Vicedo]

El Hermano Benito no había salido nunca de su pequeño pueblo de 4550 habitantes. Pasó sus primeros años junto al Guadiana, jugando y chapoteando en sus orillas, pescando cangrejos y dándose alguna que otra costalada. Pero el Hermano Benito estaba llamado a grandes empresas: podía ser ingeniero, arquitecto,médico o cantante de moda. Eso le habían augurado a su madre, aunque ella prefería una carrera más modesta o una ocupación que no lo obligara a alejarse del lugar.

Cuando vinieron los frailes, se marchó con ellos -al fin y al cabo era una boca menos que alimentar- y de él poco se supo durante unos años. Ya superado el noviciado, hizo los votos correspondientes, se embutió en la sotana y cargó a cuestas con la promesa de castidad. Pero al Hermano Benito la carne le tiraba mucho, como a todos los cristianos de buen nacer; su barba negra, apretada, sus manos grandes y sus espaldas anchas eran signos indudables de su virilidad, virilidad que a sus años - y ya eran veinte y muchos- no había podido realizarse. Iba y venía, a veces, dando largos paseos perimétricos y peripatéticos por el claustro de columnas dóricas o subía y bajaba escaleras sin ton ni son. La ducha fría de la mañana no era suficiente para calmar su sed, ni tampoco la misa y los rezos apagaban su vitalismo crudo, casi medieval, abrupto y eruptivo.

Iba y venía, jugaba al frontón, se daba grandes caminatas, pero el fantasma y la pasión de la carne iban con él y le seguían allá donde estuviera. Qué interés tendría el pobre Hermano para hablar de pétalos y sépalos, del ácido clorhídrico (HCl ) o del sulfúrico ( H2SO4) ? A dónde iban sus pensamientos cuando enseñaba las nociones de inglés: I am a man y She is a woman?

Él estaba en lo suyo: ni el mes de María ni el coro del colegio podían alejarlo de aquellos pensamientos, de los cálculos mentales que iba haciendo a diario: 9536 días vividos y nada de nada, casi 26 ó 27 años y tampoco. Si no espabilaba, y las matemáticas no mienten, Benito podía plantarse en los 20.000 días de vida - o de suplicio- sin nada de nada, sólo con sus rezos y unas sotanillas no siempre muy limpias. Algo se alegraba cuando recibía a las madres de sus alumnos, que siempre dejaban la salita perfumada, oliendo a mujer y ése era su único consuelo. Las cosas podían haber ocurrido de otra forma, siguiendo en su pueblo, pero ahora y allí estaba él, con su cruz a cuestas.

Tampoco era culpa suya si allí cerca la Galatea tenía su casa,siempre abierta y a salvo de miradas indiscretas. Para eso recibía a lo mejor de la Armada, oficiales solamente y no clase de tropa ni marinería; si acaso, algún viajante acomodado , pero como una excepción. La doncella
hacía pasar a la visita, que esperaba paciente la aparición de aquella afrodita medio mulata y muy bien puesta en su sitio.

Buenaventura Luciáñez, oficial de la marina mercante, capitán de puente, se había entregado con todo el vigor intacto de sus veinticinco años. Sin cansancio, sin fatigas, había conocido a fonto aquel misterio glorioso de la vida, aquel encanto que si ahora era Galatea, mujer de ojos profundos y bien dotada, mañana podía llamarse Mayte o Elvira.

A don Buenaventura Luciáñez le dijo la camarera al despedirlo: Hasta que usted quiera, padre Benito.

[Julio Gonzalez Alonso]

Estupendo relato, Juan, contado con indudable maestría, buen humor, espíritu crítico alejado de lo ácido, ejemplar y ameno. Una delicia.
Salud.

[Juan Vicedo]

Amigo Julio: Te agradezco tu opinión sobre el relato; tiene algo de tremendista e hiperbólico, pero yo, como soy su padre, no lo encuento demasiado malo. Gracias otra vez. Un saludo. (Siempre he figurado Camus entre mis autores preferidos. Su sentencia nos obliga a buscar la perfección: era así, un tanto exigente.)

[Liz Barrio]

Jovial, entretenido y muy bien dicho y escrito. Un deleite de leer.
Abrazos

[Juan Vicedo]

LIZ BARRIO: Feliz año 2011. Y gracias por pasarte por mi relato. Un abrazo.