En estos días de incertidumbre,
cualquier tasajo de arena se traga al mar,
otros tantos caracoles se tuercen entre mis muecas
y mis pasos dejan huellas repetidas de ilusión.
Nada sustituye a esta ciudad que dejo por un tiempo,
el sol emergiendo del mar,
las gaviotas en su ordenado vuelo,
la alegría de los biquinis desvistiendo a las cariocas.
Mi lugar reservado en la playa,
donde uno se encuentra con todo el mundo
las montanas generosas que le dan sombra al azar
y el Cristo del Corcovado con los brazos abiertos.
Esta es la ciudad que escogí para nacer,
aunque la historia cuente que lo hice en otro lado.
No le digo adiós, sino hasta luego,
siempre que quise partir un imán me regresó.
Iben Xavier Lorenzana
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