Rosas doradas
Moderadores: J. J. Martínez Ferreiro, Rafel Calle
- Alejandro Costa López
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Rosas doradas
todo perdura en el bosque con las cortinas bañadas en luz.
Su aureola andante, sigilosa, veraz, legítima,
envuelta en nieblas engañadas, rompe el núcleo e ilumina;
A tantas semillas que se atoran en los riachuelos,
a esas ranas de colores que anudan un lazo de moraleja
en un cuento de niños,
a ese perfil de domingo y el dulce parir de una perra callejera,
a ese lunar en el pecho
y el parapeto de un mendigo llamando a la puerta.
A ese ladrón carcomido por la justa injusticia
de un jurado con versos enfermizos,
a esa mujer maloliente que acumula en su vientre raíces y siembra,
a ese olor de hospital, de camilla de urgencias,
a ese pájaro cantor al que poco a poco se le acabó la cuerda,
a ese sueño infantil,
al que le segó la vida la cruel quimera.
A ese jardín de leprosos y esa abuela tullida,
llena de harapos y una sola calceta,
a ese batir del aire, del mundo, a esa cerrada puerta.
A lo negado del cielo,
a esa vida de madera vieja,
a todos los desterrados y a nadie,
a los que patean y patean
sin darse cuenta, que es demasiado grande la fractura.
A ese corazón ya parado,
a la muerte tan incierta.
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Re: Rosas doradas
Alejandro Costa López escribió:Rosas doradas, clavadas, doncellas sin velo,
todo perdura en el bosque con las cortinas bañadas en luz.
Su aureola andante, sigilosa, veraz, legítima,
envuelta en nieblas engañadas, rompe el núcleo e ilumina;
A tantas semillas que se atoran en los riachuelos,
a esas ranas de colores que anudan un lazo de moraleja
en un cuento de niños,
a ese perfil de domingo y el dulce parir de una perra callejera,
a ese lunar en el pecho
y el parapeto de un mendigo llamando a la puerta.
A ese ladrón carcomido por la justa injusticia
de un jurado con versos enfermizos,
a esa mujer maloliente que acumula en su vientre raíces y siembra,
a ese olor de hospital, de camilla de urgencias,
a ese pájaro cantor al que poco a poco se le acabó la cuerda,
a ese sueño infantil,
al que le segó la vida la cruel quimera.
A ese jardín de leprosos y esa abuela tullida,
llena de harapos y una sola calceta,
a ese batir del aire, del mundo, a esa cerrada puerta.
A lo negado del cielo,
a esa vida de madera vieja,
a todos los desterrados y a nadie,
a los que patean y patean
sin darse cuenta, que es demasiado grande la fractura.
A ese corazón ya parado,
a la muerte tan incierta.
Alejandro, me gustó mucho este poema lleno de belleza aun con un transfondo de pérdida, de sentirse morir cada día...un cálido abrazo desde mi refugio.
javi
- Tristany Joan Gaspar
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