batían espumas hasta llegar a la plenitud espesa ,
suave, mousse de albérchigos
coronados por una lluvia tenue,
majada de almendras y caramelo.
Eran crepúsculos de pinos los bostezos,
barrancos preñados de yedras las horas,
laberintos y acertijos - a chita callando -
por ver dónde pongo la estrella
que cuajara el punto exacto de la queimada en agosto.
Simples borrones las nubes, los tazones,
los cuadros con que me hiptonizaba Picasso,
el susurro de Vivaldi…
Pero todo sucedió cuando aún mi cabeza era redonda.
Tendré que hacerme Santa de altares grandes,
con corona y todo,
Puede que así, ajuste poco a poco,
el loco seso que aún me resta.
En redondo.

(Porque ni entonces que era chavala, ni ahora que lo soy más, logré entender mil cosas, a riesgo que me llamen inculta, me arriesgo (repetición) a decir que no entendía ni entiendo para nada, la belleza de un Picasso en sus finales o un Dalí, una mujer con el pecho en el ojo o un ojo en el pie de una jirafa, ni me gustaba Umbral ni más cosas ¿por qué tengo que decir que sí si es no? Pues eso)