
La distancia que separa nuestros labios
oscurece la visión sutil del horizonte,
apaga las huellas dactilares de los sueños,
al pecho le hace espalda,
y la ardiente carne, entre nostalgias,
se consume solitaria de sus alas prisionera.
En este triste devenir de cósmicos silencios,
la aurora siempre se despierta con velos negros
y los ciegos girasoles, como linternas llovidas de los astros,
desfilan en cortejo de pálidos recuerdos.
Pero yo,
torbellino incandescente de pasión,
refugiado tras las sombras del deseo,
me veo agitando abanicos de ternura
tras la brújula que filtra los caminos de la ausencia.
Por eso,
desde el riel de la palabra,
busco tender un puente a la distancia
con una plétora de versos en la mano
hacia el nido interior donde brotan los suspiros y los besos.
*Andros