El cuento de Ajú y Ajá

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Julio Gonzalez Alonso
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El cuento de Ajú y Ajá

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AJÚ y AJÁ
Un cuento para Miguel, mi segundo nieto

Ajú vivía en la cueva de La Loba, que se abría en la pared rocosa de la Montaña Blanca por encima del bosque.

Ajá se había construido una cabaña en el valle, a la orilla del río. Era un joven de pelo castaño y ojos oscuros que cultivaba una pequeña huerta, conseguía truchas en las frías aguas del río y extraía miel de los panales que las abejas construían en el bosque.

Ajú era un fuerte y experto cazador, alto, rubio y de ojos claros que conocía muy bien las distintas clases de hierbas del monte y sabía cómo usarlas para hacer ungüentos y bebidas saludables; también entendía el comportamiento de las águilas y halcones que anidaban en las rocas.

Ajá era igualmente diestro con el arco, y ambos, cuando les hacía falta, se adentraban en el bosque en busca de leña para el fuego o de algún animal que cazar.

Un día que salieron de caza se movían por el faedo con sigilo, escuchando con atención todos los ruidos y buscando en el suelo rastros de huellas de los animales que al amanecer bajaban a beber al río. Ajú no sabía que Ajá estaba de caza, y Ajá tampoco sabía que Ajú se encontraba en el bosque.
Después de un tiempo de andar apareció un jabalí negro y enorme que se entretenía hozando en el suelo en busca de raíces. Ajú se quedó inmóvil para no asustar al animal y con sumo cuidado colocó una flecha en su arco. Ajá, comprobando que el viento no llevaba su olor hacia el jabalí y que no había peligro de que lo descubriera, se detuvo y preparó el arco con una flecha de su carcaj. Ambos tensaron con fuerza los cordones de sus arcos y apuntaron al jabalí negro que abría agujeros en el suelo del bosque en busca de comida.

Las flechas de los arqueros salieron silbando al rasgar el aire en busca de la presa y alcanzaron al jabalí al mismo tiempo, dejándolo muerto al instante.

Cuando se acercaron al jabalí, Ajú y Ajá se miraron sorprendidos y, por un momento, se quedaron quietos sin saber qué hacer; pero enseguida corrieron hacia la pieza recién cazada y la agarraron, uno por las patas delanteras y el otro por las traseras, para llevársela.

Como los dos eran igual de fuertes, ninguno conseguía hacerse con el animal muerto, así que decidieron soltarlo y discutir quién de los dos era el verdadero dueño del jabalí. Ajú decía que era suyo porque su flecha había alcanzado el fuerte pescuezo del jabalí hiriéndolo mortalmente; Ajá decía que su flecha había penetrado en el animal alcanzando una parte vital del mismo, el corazón.

Y ambos estaban de acuerdo en que las dos flechas habían herido mortalmente y al mismo tiempo al jabalí.

-Tenemos que decidir de quién es -dijo Ajú.
-Pero cómo – preguntó Ajá.
-Podemos repartirlo. Tú te quedas con una mitad y yo con la otra.
-No -replicó Ajá- No es lo mismo la parte de delante que la mitad de atrás. Y, además, yo quiero conservar su piel entera para curtirla y hacer un buen abrigo para el invierno.

Ajú se quedó pensativo. A él tampoco le iría mal la piel del animal para hacerse una manta que lo protegiera de los vientos fríos del invierno a la hora de dormir en su cueva.

-Haremos una cosa -se le ocurrió a Ajú- El que tenga mejor puntería con el arco se queda con la caza.
-Estoy de acuerdo -añadió Ajá-. Elijamos un blanco a donde enviar nuestras flechas y el que acierte será el ganador.

Señalaron la rama sobresaliente de un haya que se encontraba a unos cincuenta metros, y los dos, a la vez, apuntaron a la rama del árbol. Las flechas silbaron de nuevo y alcanzaron la rama juntas en el mismo punto. Decidieron entonces escoger el tronco de un árbol más lejano, y a unos cien metros encontraron uno que les pareció bien a los dos.

-¿Ves el tronco entre las dos ramas de la mitad del haya?
-Sí, lo veo.
-Entonces-exclamó Ajú - ¡el que acierte a alcanzar el tronco en ese punto, se quedará el jabalí!
-Yo dispararé primero – respondió Ajá seguro de sí mismo- Pero si fallara, cosa que no va a suceder, tú tendrás que acertar para ganar.
-Me parece bien- le contestó Ajú sonriendo y convencido de su triunfo.

El desafío era difícil por la distancia del blanco y la altura que había que salvar para evitar el obstáculo de los otros árboles del bosque.

Ajá, tranquilo, apoyó sus dos pies en el suelo, adelantando el izquierdo y colocando despacio una flecha en la mitad de la cuerda del arco. Tomó aire, y tensando la cuerda, apuntó hacia el espacio del tronco que se veía libre entre las ramas del haya. Pasaron unos segundo cuando, al fin, la flecha voló libre recorriendo la gran distancia que había hasta su objetivo. Ajá dejó caer el arco bajando su mano izquierda y contuvo el aliento. La flecha, de forma certera, se clavó con un gemido en el robusto tronco del haya.

Ajú, entonces, con rostro serio, apoyó sus pies en el suelo, adelantando el derecho y tomando el arco con su mano derecha para agarrar la flecha con la izquierda, ya que era zurdo; apuntó con cuidado al blanco elegido, respiró hondo, y alzando la cabeza levantó a su vez el arco a la altura de sus ojos. La cuerda se tensó lentamente, y, cuando la soltó, una flecha voló zigzagueante hacia el tronco donde permanecía clavada la flecha de Ajá para quedar igualmente clavada a su alado.

Los dos jóvenes se miraron sorprendidos. Azuzados por la dificultad cada vez mayor del desafío, se pusieron un objetivo aún más complicado. Ahora lanzarían sus flechas a una pequeña rama que el aire movía en lo más alto de un árbol alejado a más de cien metros.

Si los dos conseguían salir airosos del lanzamiento o los dos fallaban, el jabalí seguiría sin dueño.

-Ahora lanzaré yo primeo mi flecha – dijo Ajú tratando de mostrar una confianza que empezaba a mermar y trataba de disimular ante Ajá; éste, que también comenzaba a dudar, no puso objeciones y le dejó hacer.

De nuevo Ajú plantó firmemente sus pies en el suelo, elevó muy alto el arco cargado con una flecha, y con la vista seguía los movimientos de la rama en lo alto del árbol esperando el momento preciso para soltar la cuerda. Cuando la soltó, la flecha disparada del arco describió un gran arco acercándose al cielo, y al iniciar su descenso se dirigió con maravillosa precisión a la rama elegida, alcanzándola en su medio.

Ajá se asombró de la técnica y la precisión del cazador Ajú. Ahora temía que sus posibilidades fueran escasas frente a la proeza de Ajú; pero era un joven valiente y seguro de sí mismo; así que -sin pensarlo más- sostuvo con firmeza el arco en sus manos tensando la cuerda todo lo que podía y tratando de buscar la rama oscilante del haya. Su flecha salió impulsada hacia el cielo perdiéndose de vista por un momento y se desplomó casi verticalmente para caer sobre la parte superior de la rama, que volvió a quejarse con un suave crujido al recibir la herida de la flecha. Ajá dejó escapar el aire de sus pulmones con un profundo suspiro de alivio. Lo había conseguido.

-¿Qué haremos ahora? - preguntó Ajú.
-No estoy seguro -repuso Ajá- Pero te felicito y estoy contento de haber competido contigo.

Ajú lo miró complacido y agradecido por sentirse reconocido.

-A mí también me ha hecho mejor arquero competir contigo.

Callaron los dos y permanecieron en silencio un buen espacio de tiempo; luego ambos dirigieron primero su vista hacia el jabalí, y después volvieron sus ojos el uno hacia el otro intentando encontrar alguna respuesta en sus miradas.

Sentían que entre ellos estaba surgiendo una amistad sana y una admiración mutua verdadera, y no tardaron en acordar una solución. Se repartirían el jabalí salvando la hermosa y codiciada piel del animal.

-Puedes quedártela tú- ofreció Ajú.

Ajá lo miró agradecido por el gesto, pero replicó:
-Te hará más falta a ti; el invierno es mucho más duro en lo alto de la montaña donde el viento, la lluvia y la nieve son más duros y violentos. En el valle yo puedo encontrar mejor manera de defenderme de las inclemencias del tiempo.

-Está bien si así lo quieres -añadió Ajú-. Pero prométeme una cosa.
-¿Qué cosa?
-Pues que a partir de hoy cazaremos juntos y que la próxima piel del primer jabalí que cacemos será para ti.

Ajá sonrió feliz y aceptó inmediatamente la propuesta de Ajú.

-Si te parece, podemos llevar el jabalí hasta mi choza para repartirlo.
-Es muy buena idea. Tu choza está más cerca que mi cueva.

Los dos jóvenes cargaron el jabalí colgado con las patas atadas a un largo palo, y al llegar a la cabaña de Ajá lo depositaron sobre un ancho y tosco banco de madera para despedazarlo y hacer el reparto acordado.

Ajá le ofreció a Ajú unas truchas ahumadas y miel recolectada de las colmenas de los alrededores. Compartieron con gusto las viandas y Ajú le regaló a Ajá unos manojos de hierbas seleccionadas que servían para hacer infusiones que remediaban el mal de tripas y hacer cataplasmas para curar golpes y heridas. Ajá seguía y escuchaba con atención las explicaciones de Ajú, y ambos reían con las anécdotas que se contaban, prometiéndose colaborar, ayudarse y compartir en adelante sus conocimientos.

Desde entonces, Ajú y Ajá siempre van juntos; por eso cuando alguien dice ¡ajú!, otro le contesta ¡ajá!

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

González Alonso
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Lisandro Sánchez
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Re: El cuento de Ajú y Ajá

Mensaje sin leer por Lisandro Sánchez »

¡Por Dios, Julio, qué maravilla de cuento! Leyéndolo he vuelto a ser niño. Y me he visto también en el espejo de las tonterías de nosotros, los adultos, con nuestros caprichos de vanidad, competencia y ambición. Si a Miguel le gustó tanto como a mí, ha sido todo un éxito. Modestamente, felicitaciones. Un gran abrazo.

Lisandro
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